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Estudiante de Comunicación Social (UNM)

 “Hay un camino hacia el colapso de algunos Estados”

Vicepresidente de la Red Argentina de Periodismo Científico (RAPC), Martín De Ambrosio habla en esta entrevista sobre el impacto del cambio climático y la irrupción de la Inteligencia Artificial.
“Mi posición es la de no probar ni jugar con nada relacionado a la IA, porque solo la alimentamos. Cada vez que uno prueba, toma ese ensayo, y sus posibles errores, para ser más efectiva. Es un daño a la justicia social”, dice el periodista.

Oriundo de La Pampa, De Ambrosio es periodista científico desde hace más de veinte años. Trabaja para v La Nación y se ha desempeñado en otros medios como Página 12 y Perfil. Cuenta con trayectoria en radio y televisión, como columnista, donde se destaca su participación en el programa “Científicos Industria Argentina”. Publicó más de una decena de libros, en los cuales explora diversos temas como el amor en redes sociales, las causas que impulsan a las personas a las maratones (una de sus grandes aficiones) y el cambio climático.

En esta oportunidad, De Ambrosio relata cuáles fueron sus primeros trabajos, sus tareas como vicepresidente de la Red Argentina de Periodismo Científico (RADPC), qué sucede hoy con el cambio climático y sus consideraciones sobre la influencia de la inteligencia artificial en la construcción de la comunicación de la ciencia.

¿De qué zona de La Pampa venís? No debe ser lo mismo querer ejercer el periodismo viniendo de Santa Rosa que de un pueblo más alejado. ¿Fue tuya la iniciativa de hacer periodismo?

Yo soy de Santa Rosa. Por una cuestión familiar, yo tenía acceso desde muy chico a los diarios en papel, hacia fines de 1980 y principios de los ‘90. Había una cultura de leer muchos diarios, de muchos libros, y también de revistas deportivas y de divulgación, por ejemplo. Otro ejemplo es Página 12, que no se compró rápidamente, sino un tiempo después de su fundación [1987]. Era un diario con una gran escritura. No había internet en ese entonces, era la manera de acceder a la información. Mi padre era un abogado penalista, pero con cierto interés cultural. Por lo tanto, ese tipo de cultura por la lectura intensa estuvo siempre presente en mi infancia. Eso me generó un interés por el trabajo periodístico. En el primer año del secundario había que elegir una de las orientaciones y, mientras todos mis amigos elegían otros caminos, yo me quedé en periodismo. Quiso la suerte que pueda vivir de esto.

¿Cuál fue tu primera experiencia en el periodismo? ¿Fue en La Pampa?

Sí, fue antes de venir a Buenos Aires. Empecé como colaborador en un programa de radio local, en una tira deportiva. De hecho, el año que viene se van a cumplir 30 años de la cobertura que hice como periodista profesional en Mar del Plata, para cubrir los Juegos Deportivos Panamericanos. Estuve 15 días viendo todos los juegos, de un lado para el otro, y armando informes diarios para la FM Libertad, en Santa Rosa. Por momentos, también, me sumaba a la transmisión de Radio Continental. En esa época tenía a Víctor Hugo Morales y su equipo, por lo que era muy escuchada. Y ahí, en el medio, aparecía yo con mis modestos informes desde la costa. Ese fue mi primer trabajo profesional en el periodismo. Hubo que esperar bastante para el segundo. En realidad, todo el tránsito de la Universidad hasta que entré como pasante en Página 12, en el año 2000.

¿En qué momento decidiste dedicarte al periodismo estrictamente científico?

Durante un tiempo, pensé que mi carrera iba a ser académica. Surgió la posibilidad de hacer un par de talleres optativos, y yo elegí el de Moledo, que era justamente el Taller de Periodismo Científico. Leonardo Moledo era el director a su vez del suplemento Futuro de Página 12, un suplemento de ciencia. Él tomaba los pasantes de la universidad, y yo empecé a escribir las columnas de ciencia en el diario. Me quedé algunos años: comencé como pasante y terminé como quedante [entre risas]. Siempre como colaborador. En el 2005, cuando reabre Perfil en su segunda etapa como diario impreso, me convocan para estar en la sección de ciencia. A esas instancias, ya quedó marcada mi senda profesional.

¿Qué tareas realizaste como vicepresidente de la RADPC? ¿Cuál es la vinculación entre el trabajo profesional periodístico y el académico?

El periodismo científico es muy variado, en general. Trabaja con los papers, charla con los científicos y escribe las notas. Hay un ejercicio de buscar la información más importante, relacionada al deber periodístico, pero también existe el vínculo con los profesionales de la ciencia y el manejo de cierta terminología técnica. Un día hablás sobre agujeros negros, al otro día tenés una pandemia, y al otro entrevistas un premio Nobel de Química. Respecto a la RADPC, ahora me toca ser vicepresidente por segunda vez, en la comisión que encabeza Florencia Ballarino. Las tareas son variadas, en general relacionadas con intercambio entre los periodistas. Se busca fomentar el contacto también con académicos y con personas que investigan temas relacionados a los que nosotros cubrimos. También se debe estar al tanto de lo último que se sabe en términos de ciencia, así como de debates hacia el interior de nuestra profesión, además de otros debates públicos. Aparte de las actividades, otro de los puntos es intentar que la Red sea lo más federal posible: buscamos que la integración no se agote en los profesionales que vivimos en Capital. Si ya nosotros tenemos dificultades para hacer nuestros trabajos, lo que sucede en el interior es mucho más complejo porque no existe tanta especialización. Ampliar la Red implica una integración federal que pueda resolver esos problemas.

Cubriste varias cumbres sobre el cambio climático, lo que hace a este tema una de tus especialidades. ¿Por qué razón tomaste ese camino? ¿Qué balance haces de esas experiencias?

En estos días entregué un libro a la editorial sobre el cambio climático. Allí busco, de alguna manera, resumir todo ese camino transitado, lo cual me permitió revisarlo previamente. Ese recorrido comenzó hace más de 20 años, con las esquirlas de lo que fue el Protocolo de Kyoto, en 1997 [creado para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero]. Ese protocolo era muy pertinente: revelaba la diferencia histórica entre países desarrollados y no desarrollados. Son cinco siglos igual: un norte global que despoja al sur global, que se afinca en el extractivismo. Europa, sin embargo, tiene corrientes internas que evidencian estas problemáticas, que son más sensibles y consustanciales con su propia ideología liberal. Se dan cuenta del daño que le hacen al sur e intentan poner un freno. Pese a todo esto, en las cumbres se sigue dando esta problemática de fondo.

Desde mi experiencia, estos años de cobertura demuestran una decantación: lo que hace dos décadas estaba reducido a unos gráficos de unos científicos, con cuentas y ecuaciones, hoy dejó de ser futurología. Es, más bien, una certeza. Se hacen sentir en el cuerpo estos problemas, y tiene mucho que ver con las complejidades económicas consecuentes. Son los fenómenos de alta complejidad, como las sequías o los fríos extremos donde y cuando no debería. Un caso es el de la corriente del Golfo de México: es la que baña de calor a Europa. Si eso se detiene, Europa se va a congelar. Todo lo que antes era tentativo, o hasta sujeto a debate, hoy es una certeza absoluta. Hace más de una década, los científicos te daban una predicción desde ese punto a diez años. Hoy hemos empeorado, y el camino se hace irreversible. Lejos de resolver el problema, esto aumenta de forma brutal. Si con 1,2° de aumento de la temperatura respecto de la época preindustrial hemos llegado hasta aquí, pensemos en las proyecciones con aumentos de 1,5, o dos, o hasta incluso tres grados hacia mitad de siglo. Es demasiado llamarle “extinción”, pero sí es efectivo el camino hacia el colapso de algunos Estados, o al menos de los cimientos de la civilización actual.

Con todo este panorama, surge otra dificultad: cómo comunicarlo. La discusión es actual y pertinente. Algunos científicos piden que no seamos negativos con los mensajes. Las energías renovables son cada vez más. Se practica una conciencia cada vez más sólida sobre estos problemas y sobre el negacionismo ante ellos, propio de unos pocos delirantes. Este mensaje es optimista, y relativamente real. Personalmente, sin embargo, me cuesta digerirlo. Debe ser por temperamento, o por tener acceso a los informes más crudos. Es un debate que existe, de todas formas. Y es mi deber contarlo.

La forma de contar, ¿puede alterar el contenido del mensaje? ¿Qué tanto depende del mismo contenido y qué tan responsable es el periodista?

En principio, no puedo fingir un optimismo del que carezco. Un editor de La Nación me dijo una vez que mis notas eran complicadas: si bien la situación es difícil, no escribía sobre “buenas noticias”. Me preguntaba: “¿no hay nada bueno para decir sobre el cambio climático?”. Accedí a la búsqueda de la posible buena noticia. Y la hice. Pero no quise ser deshonesto,  por lo que empecé escribiendo exactamente lo que cuento: eso era una selección de “buenas noticias” sobre el cambio climático, en un marco totalmente desesperante. No perdí la honestidad, lo cual fue una victoria personal. En este caso, fue mi forma de contar la que ordenó el contenido.

¿Y existe un marco al respecto de cómo escribir sobre estos temas?

Existen las guías, las cajas de herramientas, sobre cuestiones delicadas como la enfermedad del VIH-Sida, o el suicidio. Creo que la pandemia trajo consigo algunas guías. Luego existen consejos que uno puede dar, pero no hay cuestiones taxativas. Es opinable en general. Depende del público al que quieras persuadir y del contexto, principalmente.

Se popularizó y ya se hace costumbre el uso de la inteligencia artificial, lo cual se suma a la velocidad y brevedad de la comunicación en redes sociales. ¿Cómo se altera la escritura periodística con estas herramientas?

Son las tecnologías del poder y para el poder. Dentro del espectro, me vas a encontrar más cerca de la tecnofobia. Mi posición es la de no probar ni jugar con nada relacionado a la IA, porque solo la alimentamos. Cada vez que uno prueba, toma ese ensayo, y sus posibles errores, para ser más efectiva. Es un daño a la justicia social, una contribución al sometimiento de los más poderosos al resto de la humanidad. Si fuera por mí, prohibiría los teléfonos, pero ya se han instalado. Tengo que vivir en sociedad también. Pero el daño que hace a las mentes y a las relaciones sociales es inconmensurable. ¿Cómo puede juntarse gente en un bar y que nadie esté sin el celular en la mano? Atrofia la concentración, estimula la distracción, entre otras cosas. No es una novedad lo que digo, y eso es lo grave, porque tampoco estamos dimensionando y cuantificando el daño que genera sobre la cognición de masas.

Más allá de mi posición, este es otro eje donde vale preguntarse cómo se comunica.  Es realmente difícil, porque tenés del otro lado al poder de las corporaciones. Un tópico preciso para ejemplificar este tema es la alimentación. Se debe comunicar sobre la cultura de la buena alimentación, porque es algo que se debe recuperar. Alimento basado en frutas, verduras, comida orgánica. La gaseosa más famosa del mundo reúne los dos males: la mala alimentación y el uso intensivo del plástico que solo contamina más y más. Si vos hablás del tema toda tu vida puede ser útil, pero perdés fácilmente contra una publicidad de cinco segundos donde te aseguran que el consumo de dicha gaseosa mejora tu vida. La batalla es desigual. Por lo tanto, la luz de esperanza está en la militancia micro. La gente puede correr la voz para transmitir este mensaje, con cierto poder de convencimiento. Por el momento no hay mucho más para responder, pero la batalla sigue en pie.

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