En el barrio Satélite de Moreno Norte, la pediatra Amelia Caresana, de la Unidad Sanitaria Indaburu (USI), observa con preocupación los efectos de la desnutrición en los niños que asisten a la sala. “La falta de tejido graso, los ojitos hundidos, que estén cada vez más delgaditos y los problemas respiratorios son algunas de las manifestaciones físicas que vemos a diario”, comenta. Es un problema endémico en Argentina, el cual se ha intensificado bajo la crisis económica que enfrenta el país durante este año.
Según el informe “Situación de la niñez y adolescencia” de UNICEF, hacia finales de 2023, el 58,5% de los niños y adolescentes argentinos vivían en condiciones de pobreza, y el 18,9% en pobreza extrema. “Solo el 31% de los niños y adolescentes están libres están libres de toda forma de pobreza”, señala el documento. Tal realidad no solo refleja la incapacidad de las familias para adquirir los bienes y servicios básicos, sino también privarse en la educación, protección y una vivienda digna.
En este contexto, las transferencias sociales han sido un claro salvavidas para muchas familias, pero la situación sigue siendo desesperante. Aunque el 50% de los hogares recibe algún tipo de ayuda, el 14% ha dejado de percibir beneficios como el Potenciar Trabajo y Progresar desde 2024, y un 15% de los que reciben la Asignación Universal por Hijo (AUH) enfrentan problemas de acceso, como dificultades para realizar trámites o firmar la libreta.
Por otro lado, la capacidad de compra de estas políticas ha disminuido significativamente: en abril de este año, la AUH cubría solo el 44% de la Canasta Básica Alimentaria (CBA), en comparación con más del 60% que se cubría antes de la pandemia, y la Prestación Alimentar apenas el 36% de la CBA, frente al 75% del 2020.
Paula Ocampo, nutricionista en la USI, explica que la desnutrición afecta gravemente el crecimiento y desarrollo físico de los niños, provocándoles retrasos en el crecimiento, bajo peso y deficiencias nutricionales como anemia. “Los niños desnutridos sufren infecciones recurrentes y problemas gastrointestinales debido a un sistema inmunológico debilitado”, señala.
También subraya que la falta de nutrientes esenciales impacta negativamente en el desarrollo cognitivo y emocional, resultando en dificultades de concentración y bajo rendimiento escolar. “Es crucial destacar la importancia de abordar la desnutrición infantil no solo desde la atención médica directa, sino también con políticas públicas integrales que aborden las causas subyacentes como la pobreza y la inequidad”, concluye.
Romina Carballo, psicóloga en la misma unidad, observa los efectos emocionales y mentales de esta problemática. “Vemos a niños con falta de atención, irritabilidad y somnolencia excesiva”, describe. Además, resalta que la situación económica del país afecta directamente la calidad de vida de las familias, muchas de las cuales han perdido sus fuentes de ingreso, lo que repercute en la alimentación de los menores.
“Una mala alimentación con poca ingesta de vitaminas y proteínas afecta negativamente en el crecimiento, desarrollo físico y mental de los pacientes. Principalmente en los menores.”, explica Carballo. “Desde la atención primaria de la salud podemos tratar de pensar juntos con el área de nutrición y pediatría, qué alimentos están al alcance de las familias para combinarlos de la mejor manera posible e intentar alivianar el escaso recurso económico”.
Añadiendo su voz, Paola Maidana, enfermera en la unidad, nota un aumento preocupante en los casos de desnutrición: “Afecta en todos los sentidos, sin una nutrición adecuada, los niños no pueden desempeñarse normalmente”. Además, enfatiza la necesidad de controles exhaustivos y un seguimiento continuo, a la vez de políticas públicas que promuevan la educación nutricional y la distribución equitativa de los alimentos.
“Algunas de las enfermedades o condiciones son: diarrea, enfermedad respiratoria crónica, anemia, entre otras. La desnutrición impacta en el rendimiento escolar, retrasos madurativos, en el crecimiento y estado emocional y en cómo se comporta con los demás. También puede provocar desorden de conducta, hiperactividad, depresión, o pérdida de la memoria”, comenta Maidana.
Valeria Silva, promotora de salud de la USI y estudiante de enfermería, señala que muchos niños presentan tanto bajo peso como obesidad, debido a dietas basadas en carbohidratos y alimentos con alto contenido de sodio. “Muchas familias optan por pastas y jugos azucarados debido a la falta de recursos para comprar carnes y verduras”, explica.
Silva y su equipo realizan talleres con el fin de educar a las familias sobre cómo optimizar su alimentación con los recursos disponibles. “Hay un alto grado de índice de problemas alimenticios que nosotras las promotoras, desde la sala, lo abordamos junto con la nutricionista, para hacerles talleres o buscarle la manera de que tengan una mejor alimentación con los recursos económicos que cuenta cada familia”, dice la promotora. “Porque no es lo mismo darle una dieta a una persona que tiene un buen estatus económico y puede hacerle todas las comidas adecuadas o comprar los quesitos específicos o la leche que su nene necesita, sino que nos tememos que adecuar a la economía de ellos”.
En este sentido, es que muchos comedores y merenderos entran en acción. En el barrio San Carlos 2, Vanesa Bourquet dirige un merendero que ha visto un aumento significativo en su demanda. “Cuando comenzamos, venían no más de 25 niños; hoy repartimos comida para más de 80”, relata. La falta de recursos y el aumento de la necesidad hacen que mantener el sitio sea un desafío constante.
“A veces tenemos que comprar la mayor parte de los productos porque no recibimos la mercadería necesaria desde el año pasado”, añade Bourquet. Ella y su equipo intentan variar las meriendas para no hacer siempre lo mismo. “Cocinamos rosquitas, tortas fritas, bizcochuelo, pastafrola, arroz con leche, pan casero, cuando llegan galletitas se las reparte junto con mate cocido con leche o chocolatada”, explica. “Hoy por hoy todavía podemos continuar realizando la actividad, aunque muchas veces se hace difícil por la falta de mercadería. Estamos en proceso de poder construir un espacio propio para el merendero, ya que siempre lo hacemos desde mi casa”.
A esto adhiere su labor Marcos Freiria, pastor y coordinador de la iglesia y comedor “Resurrección del Fuego”, del barrio Lomas en Moreno, quien también ha notado un aumento en la desnutrición infantil. “Antes le dábamos de comer a 15 chicos, ahora son más de 50”, comenta. Dependiendo de donaciones y la buena voluntad de los miembros de la comunidad, lucha por proporcionar alimentos suficientes en medio de una crisis.
“Intentamos que eso no termine, por suerte nos ayudan nuestros hermanos que vienen a la iglesia trayendo un poco de comida cada uno por su buena voluntad y también algunos compañeros que nos ayudan con donaciones, más que nada nos sustentamos con eso”, dice Freiria. “Pero, la situación está mucho más difícil cada día, entre el aumento de todos los servicios y tratar de ayudar a todos para que no pasen hambre, se está volviendo complicado todo. Pero, intentamos no perder la fe y salir hacia adelante”, finaliza el pastor.
Con el aumento de los precios y la economía en recesión, las familias luchan por mantener a sus hijos alimentados y saludables. Las políticas de asistencia social han perdido gran parte de su capacidad de compra, cubriendo menos de la mitad de la Canasta Básica Alimentaria. Esto agrava la ya precaria situación de las familias más vulnerables.
La desnutrición infantil en nuestro contexto actual de país es un problema que requiere una respuesta urgente y coordinada. Sería ideal que nuestro gobierno, junto con organizaciones sociales y comunitarias, implementen medidas efectivas para asegurar que las infancias y adolescencias en el país tengan acceso a una alimentación adecuada y a los recursos necesarios para un correcto desarrollo.