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Estudiante de Comunicación Social (UNM)

“Debe haber un ‘ping-pong’ entre comunicadores y científicos”

Galo Soler Illia es doctor en Ciencias Químicas y una de las máximas autoridades en el país sobre nanociencias ¿Qué son esas disciplinas? ¿Qué pasa con la comunicación de la ciencia? ¿Y con la educación científica? De esos y otros temas habló con ANUNM.
El científico, en una pausa del trabajo, junto a sus colegas.

Galo Soler Illia, nieto del ex presidente radical Arturo Illia, derrocado por un golpe militar en 1966,  es toda una referencia en nanotecnología. Ganó la última edición del Premio Fundación Bunge y Born, dirige el Instituto de Nanosistemas de la Universidad Nacional de San Martín y es un apasionado por la educación y difusión de la ciencia. A continuación, la entrevista que le ofreció a ANUNM.

¿Cómo podríamos definir a las nanociencias?

Las nanociencias son un conjunto de ciencias como por ejemplo la química, la física, la ciencia de materiales, la embriología, etcétera., que trabajan en determinados sistemas que tienen el tamaño de un nanómetro, que es  un tamaño muy pequeño que representa la millonésima parte de un milímetro.

Para tener una idea, un nanómetro es más grande que un átomo, pero más pequeño  que los objetos; se puede definir así, como una medida que se encuentra en el medio. Entonces todo esto nos trae un interés muy grande porque cuando la materia tiene tamaños nanométricos se empiezan a ver efectos más que interesantes.

Teniendo en cuenta su participación en el programa “Científicos Industria Argentina” transmitido por la Televisión Pública, ¿qué balance hace de esa  experiencia?

Esta experiencia fue especial porque creo que Adrián Paenza y su equipo cambiaron mucho la forma en las que las personas se acercan a la ciencia. Yo estuve ocho años y todo empezó con entrevistas que realizaron a diferentes especialistas entre los que estaba yo.

Les interesó bastante la nanotecnología y gustó mi participación como para estar frente a las cámaras. Así fue que me pidieron que realice microrrelatos de 5 minutos en lo que iba a ser un ciclo de alrededor de 30 programas por año.

Al instante pensé que iba a ser un lío porque nadie había hecho algo así antes, pero me inspiré mucho en el programa Cosmos, dirigido por Carl Sagan. Entonces, me puse a pensar en qué puedo contarle yo a una persona que no conoce nada sobre nanotecnología.

Así que me puse a estudiar qué decir, a quién y en qué nivel porque, más allá de mi gusto por contar, tengo que tener en cuenta a quién le voy a contar sobre nanotecnología.

Tuve que aprender a escribir guiones y a adaptar lo que resultó en la producción de 100 microrrelatos sobre nanotecnología en el lapso de ocho años. Este trabajo me enseñó mucho a comunicar sobre ciencia.

Luego viene la propuesta de Eudeba para realizar un libro sobre nanotecnología. Entonces, en 2010 los guiones para el programa crearon el libro Nanotecnología en el siglo XXI y es uno que se encuentra entre un libro de divulgación y otro de texto.

Estuvo pensado para estudiantes que están en el último año de la secundaria, para ingresar a la universidad. Después, en 2015 salió mi segundo libro ¿Qué es la nanotecnología?,  con la ayuda de la edición de Nora Bär.

En relación a esto, ¿cómo ve actualmente la divulgación de la ciencia en Argentina?

No es fácil comunicar ciencia y creo que se produce ahí un juego de interés, como de seducción, en el que explicás algo pero no del todo.

Creo también que está algo desvalorizado porque se piensa que se explica muy sencillo, cuando, en realidad, si podés llegar a explicar algo de esa manera es porque lo entendiste bien. Si no, no es posible. Eso decía el físico Richard Feynman.

Veo que hay muchas noticias que se repiten a sí mismas, cuando hablan de salud, de ecología o de restos fósiles. Yo creo que hay muchas otras cosas que pueden volarle la cabeza a los lectores.

Las universidades muchas veces no tienen mucha idea sobre cómo comunicar ciencia. Debe haber como un “ping-pong” entre comunicadores y científicos para que nosotros entendamos cómo comunicar y ellos entender qué extraer, identificar dónde está lo interesante.

¿Y su mirada respecto de la educación científica?

Hay un tema en Argentina no muy bien resuelto. La educación científica es demasiado formal, demasiado academicista y no atrae a la gente. Hay ciencia en todos lados. Los niños aplican métodos científicos. Por ejemplo, mi hija a los cinco años realizó experimentos para comprobar que Papá Noel, Los Reyes Magos y el Ratón Pérez en realidad éramos los padres.

Analizó cartas, observó comportamientos y empezó a hacerse preguntas. Una vez que empezó a hacérselas tuvo el germen científico que luego en la escuela, en los manuales de ciencia, no se sigue cultivando.

El horizonte debería ser plantear actividades que pongan en contacto a los niños con los objetos para experimentar, hacer pruebas, juntar bichos, probar colorantes y no obligarlos tanto a la lectura sobre protocolos o postulados. Esto aleja a los niños de la ciencia. Creo que estas estrategias hay que cambiarlas profundamente también para que puedan elegir porque se hace más difícil elegir cuando no hay formación.

¿Cómo fue el proceso de conformación del Instituto de Nanosistemas?

Yo empecé trabajando en investigación hace 20 años, desde que volví al país. Mi formación es en Química. Cuando llegué a Buenos Aires estuve estudiando un tiempo en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y hacia fines de esta carrera de grado en Química comencé a estudiar nanociencias.

Me especialicé en esto, me fui al exterior y cuando volví comencé a trabajar en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA ). Ahí estuve por 12 años, aproximadamente.  Durante ese tiempo hubo mucha gente en la Comisión y en el país que comenzaba a trabajar en nanociencias a partir de la física, entre otras ciencias.

Los físicos de Bariloche comenzaron a reunirse, luego los ingenieros electrónicos y los químicos; se empezó a trabajar en conjunto, lo cual es esencial en nanotecnología. Cuando todo esto empieza a madurar, la Universidad Nacional de San Martín tiene la idea de poner atención en las nanociencias porque ya se veía que iba a ser algo fuerte.

Esta Universidad ya tenía un Instituto de Biotecnología grande y decide abrir uno de nanotecnología. Así me convocan a mí y después de 7 años hoy contamos con un equipo de 45 personas, nueve de ellas investigadores del CONICET.

En 2022, este Instituto se alió con otros dos y formó lo que es la Facultad de Bio y Nanotecnología de la UNSAM. Esto es impresionante porque tenemos la primera facultad en Argentina que en su nombre ya incluye a la nanotecnología. Para mí, es un orgullo enorme.

¿Qué aportes realiza el Instituto a la comunidad?

El nuestro es un Instituto que está dentro de la UNSAM, lo cual es muy diferente a que esté dentro de otras instituciones, como por ejemplo el INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) o la CNEA (Comisión Argentina de Energía Atómica). Acá vemos gente permanentemente y en nuestro caso el trabajo es triple: hay que enseñar, investigar y promover.

Entonces, el primer aporte que yo puedo destacar es que nuestro equipo de nueve investigadores es muy diverso. Nuestros proyectos van en líneas muy innovadoras; nadie hace más de lo mismo, todos hacemos cosas raras, lo cual está bueno.

Tenemos personas de distintos perfiles:  físicos, químicos, biólogos, que se reúnen y hablan de nanotecnología desde distintos enfoques, lo cual es muy interesante ya que justamente creamos este Instituto a partir de la nanotecnología. No sucedió que evolucionamos hacia ella.

El segundo aporte que realizamos y me parece interesante es que nuestros investigadores pasan tiempo completo en un campus universitario. Nosotros trabajamos y damos clases en la UNSAM.

En tercer lugar, estamos dando cursos sobre nanotecnología para poder enseñar a otros especialistas qué sucede cuando todo lo que estudiaron se reduce y entra en un frasco chiquito en el que todas las propiedades cambian y hay que adaptarse.

Otro interesante aporte es que trabajamos con muchas instituciones, lo cual hace que tengamos muchas conexiones. Por último, trabajamos mucho con la difusión de la nanotecnología. No creemos estar en un pedestal, alejados. Nosotros somos parte de la sociedad y trabajamos en pos de que la sociedad progrese porque si no, sólo es el ego del científico cuando en realidad tiene que encontrarse ayudando a su país.

Ayudamos a la Fundación de Nanotecnología Argentina (FAN) desde el Instituto enseñando y difundiendo sobre esta actividad de la ciencia. Por ejemplo, la UNSAM tiene una escuela secundaria ubicada en un lugar muy humilde de José León Suárez. Todos los años la Fundación hace un concurso que se llama “Nanotecnólogo por un día” en el que, con un proyecto científico, participan chicos y chicas de distintos colegios.

Un año nos tocó que a unas chicas de nuestra secundaria se les ocurrió cambiar, mediante nanotecnología, la espuma que se le aplica a los techos de chapas que termina deteriorándose con el sol, para ver si las propiedades de este producto cambiaban.

Esas chicas participaron y ganaron el concurso. Unos años después me las crucé viniendo a la universidad.  Es decir, el Instituto, la escuela, la Fundación y la universidad generan un impacto social muy grande y eso es muy importante porque significa que no estamos en una torre de cristal como científicos; no somos ajenos a la sociedad.

¿Cómo es el vínculo entre el CONICET y la investigación en nanotecología en el Instituto?

Los nueve investigadores con los que contamos son de planta permanente así que el CONICET tiene una gran injerencia en nuestro instituto.

Sus proyectos tratan sobre la fabricación de sensores para el cáncer, es decir, para detectar con tiempo si hay algún problema de salud cancerígeno;  por otro lado, mi grupo de investigación trabaja en la producción de materiales que descontaminan el medio ambiente, que sirven para enviar medicinas a alguna parte del cuerpo o para detectar contaminantes.

Otro grupo de investigación trabaja en todo lo que tiene que ver con materiales inteligentes, a los cuales le das órdenes con un control remoto y funcionan sin ningún circuito electrónico, pilas o cables, porque los hacemos reaccionar como si fueran seres vivientes y los programamos para eso.

Todas estas investigaciones científicas están algo alejadas de ser productos; son resultados de ciencia básica. Con el tiempo generarán impacto, ya sea por el conocimiento que generan o también porque se adaptan a una aplicación específica.

Por último, ¿cómo fue la experiencia de recibir el Premio Fundación Bunge y Born en 2022 y qué significa para su especialidad?

Este es un premio muy tradicional en Argentina, se otorga desde 1964, o sea, hace casi 60 años.  Es muy fuerte; lo ganó  (Luis) Leloir,  que ya tenía el premio Nobel. Todos los científicos fuertes en algún tema lo ganaron.

En los últimos años, Fundación Bunge y Born se dedicó a prestar atención a disciplinas menos tradicionales como ciencias del ambiente o genética. Y este año fue la primera vez que se entrega el premio a la nanotecnología siendo yo el primer especialista en recibirlo.

Además, el reconocimiento fue institucional por la Fundación y dirección del Instituto. Lo que quiero hacer no es por mí, sino por lo que está alrededor, entonces recibir este premio fue muy emocionante.

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