Solo uno de cada cuatro hogares del país tiene instalaciones eléctricas que cumplen con los estándares mínimos de seguridad, según datos de la Asociación para la Promoción de Seguridad Eléctrica (APSE). Esta cifra resulta preocupante para las distintas organizaciones que trabajan en el área de la electricidad y se traduce en múltiples peligros para la integridad de los usuarios y sus bienes.
Pérdidas de equipos, incendios y electrocuciones, los riesgos a los que se exponen los usuarios diariamente mediante conexiones eléctricas son mucho más elevados que hace 50 años. En el siglo XXI todo pasa a través de un enchufe. Sin embargo, la presencia constante de la electricidad en el día a día no se correspondió con una actualización en medidas de seguridad que se adecuen al consumo existente en los hogares. Según el sondeo de APSE, el 75% de los hogares argentinos tienen instalaciones eléctricas inadecuadas. Esto se complementa con otro dato que reveló APSE en su estudio, donde un 86% de las personas cree que su instalación eléctrica es fiable. La falta material en las viviendas y de conocimiento de sus moradores pueden resultar en una combinación fatal.
Estas estadísticas son recogidas por más de 12 cámaras que se agrupan en APSE, donde se acumulan datos de las ciudades de Rosario, Córdoba, San Juan, San Miguel de Tucumán y sus alrededores. Si bien estos informes se recolectan de manera incompleta por la falta de datos oficiales, dan un panorama general acerca de la situación complicada de la seguridad eléctrica en el país. En la actualidad se está impulsando un proyecto de ley a nivel nacional desde distintas organizaciones sociales para que sean reguladas las instalaciones eléctricas, la comercialización de materiales y para promover la concientización de los usuarios. La iniciativa está siendo discutida por los representantes de estas organizaciones en conjunto con miembros del Congreso de la Nación para poder presentarlo este año ante el poder legislativo.
“Una de las principales problemáticas que nos preocupan hoy en día es la comercialización ilegal de los productos no certificados. Es fácil encontrarte con personas que te venden adaptadores, zapatillas, triples y tensores que no cumplen con las normas y no están homologados. Es decir que no tienen los ensayos de seguridad eléctrica y generan un riesgo alto para las personas: desde incendios, cortocircuitos y todo tipo de pérdidas económicas en hogares y empresas”, explica José Tamborenea, presidente de la Cámara Argentina de Industrias Electrónicas Electromecánicas y Luminotécnicas (CADIEEL), organización que forma parte de APSE. Él también da cuenta de los peligros de las cadenas de distribución que no están reguladas y cómo se complementa este problema con la venta informal de materiales eléctricos.
Tamborenea describe que “el peligro con cualquier cable no certificado es que estos no están fabricados con los materiales adecuados para conducir electricidad. En lugar de hacerse con cobre se realizan a partir de filamentos de aluminio. Estos filamentos luego se bañan en una capa delgada de cobre. Lo que termina ocurriendo es que el cable levanta temperatura y, como no tiene realizados los ensayos, al calentarse genera un cortocircuito o un incendio”. Daniel Lima, técnico electricista y presidente de la Asociación Argentina de Instaladores Electricistas Residenciales, Industriales y Comerciales, al respecto de la comercialización de productos eléctricos no homologados sostiene que uso de zapatillas y triples hablan de un diseño pobre a la hora de pensar en la instalación eléctrica. “No solo nos encontramos con instalaciones nuevas que son deficientes por distintos motivos, sino que, hasta es más frecuente te diría, hallamos instalaciones antiguas de alto riesgo”, resalta Lima.
La falta de actualización de las instalaciones es otro de los factores de riesgos cuando se piensa en la seguridad eléctrica. Joel Domínguez, electricista matriculado, cuenta: “Las casas actualmente conservan los tapones o cables de tela. Los tapones -fusibles- se habían hecho para un filamento de cobre, el cual ante un cortocircuito se cortaba pero no era efectivo que te salves de una electrocución. Los fusibles estaban fabricados para que al quemarse uno los cambie en la ferretería por uno nuevo, pero la gente no lo hacía y los ‘reparaba’ con un cable de cobre grueso. Con esto consiguen instalación eléctrica directa, es decir que no se iba a producir ningún corte en caso de fallas”. A diferencia de los fusibles, las térmicas y disyuntores son fabricados con el propósito de proteger la vida de los usuarios cortando el flujo de electricidad. La instalación de estos elementos es obligatoria en los hogares, según los reglamentos de la Asociación Electrotécnica Argentina (AEA).
Estas amenazas no se presentan únicamente en el sector privado, como en hogares particulares y empresas. El problema de la seguridad eléctrica es generalizado. Dominguez ha reconocido estos peligros en entidades públicas cuando fue contratado para servicios técnicos de las mismas. “Nos hemos encontrado no solo con casas enganchadas a postes, sino también edificios de secretarías de los municipios, o luces sin puesta a tierra, siendo que algunos son caños de metal que en lugar de derivar la corriente a tierra cuando los cables se pelan, derivan por el caño y son sumamente riesgosos. En los arreglos de la Plaza Néstor Kirchner en Merlo, los cables subterráneos no estaban asegurados con las capas de ladrillo para evitar que se rompan cuando uno realiza una excavación. Se ve que en los arreglos, alguien le pegó con una pala al cableado y en un día de lluvia se electrocutaron varios juegos de la plaza”, relata Domínguez.
En invierno los peligros en las instalaciones eléctricas deficientes aumentan significativamente. Tamborenea explica que “lo que ocurre en invierno es que se utiliza mucha energía resistiva. Se usan muchos caloventores o estufas de cuarzo que tienen alto amperaje para generar calor mediante resistencia. Esto tiene como contrapartida que al estar ubicadas en habitaciones están más expuestas a materiales que se pueden incendiar: una sábana, un colchón, una cortina. Además, los consumos son muy grandes y pueden sobrecalentar tanto cables, fichas y enchufes. Por eso es una temporada más riesgosa que otras”. En ambientes de seguridad eléctrica deficiente, el empleo de estos electrodomésticos puede generar mayores riesgos para los usuarios.
“Lo que tiene la electricidad de peligroso, a diferencia de otros servicios como el gas, es que es silencioso. Es imposible saber que hay un problema eléctrico con el oído o el olfato, no existe eso. Hay que añadir que están completamente normalizadas las fallas en el sistema eléctrico cuando se presenta algún siniestro como un incendio. Lo primero que se dice es ‘fue un cortocircuito’. Ahí se encuentra el riesgo de la electricidad. Si le sumamos a esto la falta de conocimiento de las personas en sus hogares la situación se vuelve más alarmante”, reflexiona Lima. Este contexto es generalizado y según Tamborenea se presenta en distintos estratos sociales sin distinción, aunque claramente afecta en mayor proporción a las personas de bajos recursos que no tienen los medios económicos para solventar una instalación eléctrica segura realizada por profesionales matriculados. Para Tamborenea “los más vulnerables, los niños, las personas de escasos recursos, son los más afectados y aquellos que pueden sufrir las peores consecuencias”.