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Texto:

Estudiante de Comunicación Social (UNM)

“El trabajo sexual está dentro de la economía popular”

Georgina Orellano, secretaria general de la Asociación Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR), aborda las características laborales y sociales de su actividad, la articulación del sindicato con el CONICET y el debate con el feminismo abolicionista.
Foto: gentileza AMMAR

La Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR) existe en nuestro país desde 1995 y forma parte de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), desde el mismo año. Se comenzó a gestar a finales de 1994, luego de que las trabajadoras sexuales del barrio porteño de Flores se organizaran en contra de la violencia policial que sufrían en las calles, mientras ejercían la prostitución. Largas estadías en las cárceles dieron lugar al grupo fundador del sindicato que, desde el año 1997, integra la Red de Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe (RedTraSex).

Su secretaria general, Georgina Orellano define la importancia de establecer una serie de reivindicaciones sociales, laborales, educativas y feministas dentro de una actividad laboral de la economía popular como lo es el trabajo sexual. Y, por sobre todas las cosas, hacerlo en primera persona.

Desde tu lugar como protagonista y activista, ¿cómo definirías tu trabajo para quien no conoce del tema?

Para mí el trabajo sexual es una actividad voluntaria ejercida por personas mayores de edad que, por decisión y consentimiento propios, llevan adelante una actividad que consiste en ofrecer servicios a cambio de una remuneración económica.

Yo creo que hay muchos trabajos que salen por fuera de la lógica del sistema capitalista que surgen a partir de necesidades básicas que atraviesan a las personas, como la falta de oportunidades y también de posibilidades autónomas de disponer un poco mejor de su tiempo. Hay muchos oficios que se enmarcan dentro de la economía popular que son actividades laborales que surgen a partir de las capacidades, el tiempo, conocimientos y las posibilidades que tienen a su alcance las personas.

Entonces, nosotras enmarcamos más bien el trabajo sexual dentro de la economía popular. Hay una oferta de servicios sexuales que se negocian con el /la cliente/a, en donde nosotras ponemos ciertas condiciones que tienen que ver con el precio de los servicios, con el tiempo en el que se va a desarrollar la actividad y también en dónde se va a realizar.

¿Cuáles son los principales argumentos que se utilizan para definir que tu actividad económica no es un trabajo?

Muchas veces escuchamos que el trabajo sexual no es trabajo porque es violencia, porque es funcional al patriarcado o porque nadie elige ser puta, nadie nace para ser puta. Que si hubiese mejores oportunidades laborales, seguramente nos dedicaríamos a otras cosas, porque hay violencia de género o profundiza desigualdades patriarcales. Esos son los argumentos con los que nos hemos encontrado en quienes tienen una posición abolicionista o punitivista sobre nuestra actividad.

¿Cómo se responde antes estas argumentaciones desde el sindicato? ¿Se piensan y se llevan a cabo estrategias para alcanzar alternativas laborales para aquellas personas que actualmente son trabajadoras sexuales y quieren dejar de serlo?

El sindicato tiene la función de un sindicato, garantizar que los derechos humanos y laborales de las personas que nos autopercibimos como trabajadoras sexuales no sean vulnerados. Ofrecer oportunidades laborales o reinserción laboral es el rol del Estado, no es el rol sindical que asumimos desde AMMAR. Nosotras somos un sindicato de hecho pero no de derecho, no contamos con inscripción gremial. Funcionamos como un sindicato porque formamos parte de la CTA, desde los inicios de AMMAR, por el año 1995.

Tenemos un reconocimiento estatal como asociación civil cuyo objetivo es defender los derechos humanos y laborales de las trabajadoras sexuales y asumimos un montón de tareas que tienen que ver con poner límites a la violencia institucional, a frenar desalojos.

Por ejemplo, durante la pandemia trabajamos para garantizar la alimentación, tener comedores y garantizar la comida en los barrios donde mayormente viven las trabajadoras y los trabajadores sexuales, ofrecer servicios gratuitos como asistencia psicológica social, médico generalista, asesoría legal gratuita para acompañar casos de violencia institucional y también otras violencias como la violencia de género o económica e incluso situaciones de discriminación que atraviesan nuestras compañeras en los lugares donde viven o cuando quieren acceder a la salud.

También contamos con servicios de acción social con trabajadoras sociales que acompañan a nuestro colectivo en lo que tiene que ver con acceder a programas sociales, contar con la documentación requerida y cumplir con ciertos requisitos. Hacen una especie de puente entre el Estado y las trabajadoras y trabajadores sexuales.

Tenemos una escuela porque detectamos que hay muchas compañeras que no habían logrado terminar la primaria y muchas de ellas no sabían leer ni escribir. Eso nos llevó a articular con Fuentes Escolares, que es un grupo de docentes que ofrecen talleres de alfabetización en centros y organizaciones sociales. Para nosotras es muy importante que las compañeras vuelvan a vincularse con el sistema educativo y que puedan terminar sus estudios primarios y secundarios.

Como contabas, AMMAR logró establecer muchos vínculos con el sistema educativo. ¿De qué se trata el actual proyecto de biblioteca popular y virtual “Fátima Olivares”?

La biblioteca virtual es un espacio que fue solicitado por el sindicato. Era una demanda nuestra poder tener ese instrumento. Hoy por hoy casi todo está atravesado por la digitalización. Hay muchas personas que se acercan a la Asociación a buscar información para hacer sus talleres, trabajos prácticos, proyectos de investigación o pedirnos, incluso, dónde buscar información sobre el trabajo sexual, obviamente que cuente con nuestra perspectiva, con nuestras problemáticas para que nosotras nos sintamos representadas. Acá (nota de la R: en la Casa Roja, en el barrio de Constitución, sede porteña de AMMAR) se acercan muchos estudiantes a hacer las prácticas para terminar sus carreras, sobre todo de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, que está muy cerca.

Pensamos en qué podíamos hacer con todos los estudiantes que vienen y generan información, trabajos prácticos, audiovisuales y mucho material sobre nuestro sindicato y nuestro colectivo. Todo eso tenía que quedar en algún lugar a disposición, no solo de les estudiantes sino también de las propias trabajadoras y trabajadores sexuales.

La Casa Roja es la sede de AMMAR en el barrio porteño de Constitución. Foto: gentileza AMMAR.

Como mencionaste recién, dentro de los vínculos educativos, otro de los grandes lazos es con la investigación científica y desde allí el trabajo en conjunto con el CONICET…

Sí, hace una década que venimos trabajando de manera articulada con un grupo de investigación de antropología que depende del CONICET. Los modos de interacción y de intercambio que se dieron, tanto desde este grupo como de las trabajadoras sexuales y el sindicato con les investigadores, fue el poder diseñar, básicamente, los métodos y objetivos de estudio.

Y en 2021, cuando se volvieron a acercar para decirnos que había una posibilidad de presentar un proyecto de investigación en el marco de la pandemia, nosotras decidimos que el mismo sea con el eje del acceso a la vivienda, la situación habitacional de las trabajadoras en el barrio de Constitución, y sobre todo también, sobre la violencia institucional: cómo se incrementó durante el proceso de Covid-19, la cuarentena, las restricciones y cómo aumentó la represión policial hacia nuestro colectivo.

Así que a partir de esto construimos entre ambos sectores la herramienta  a utilizar que fue una encuesta, que fue realizada de manera personal en las recorridas habituales que hacemos acá en la zona de Constitución, en las que entregamos preservativos.

Vinieron los investigadores y las investigadoras a acompañarnos en ese recorrido y lograron encuestar a 99 compañeras, solamente de la zona de Constitución y después discutimos los puntos focales, de lo que fueron parte las coordinadoras que están frente a las actividades, asesorías y servicios que ofrece la Casa Roja. Fueron parte de la discusión y el armado de las recomendaciones que se hicieron al final del trabajo de investigación.

La presentación de este trabajo se hizo en el CONICET porque nosotras queríamos, primero, mostrar esa articulación que nace de un convenio que ya lleva una década y poder mostrar cuáles son los buenos resultados de un proyecto de investigación si el mismo involucra a los actores sociales y políticos en cuestión.  Estuvieron presentes las principales autoridades del CONICET, su presidenta y vicepresidente, también el ministro de Ciencia y Tecnología (de la Nación).

La fórmula de feminismo y prostitución que caracteriza actualmente a la Asociación genera tensiones en ciertos sectores de la representación de mujeres, principalmente. ¿Cómo describirías el proceso de acercamiento desde el sindicato hacia el feminismo?

AMMAR es una organización que tiene 26 años. Ha tenido procesos de debates internos, de fracturas, de reformulación de sus propias reivindicaciones. Ha tenido, como toda organización social, procesos de maduración política. Nosotras hemos decidido durante mucho tiempo no ser parte de los espacios feministas como lo son los encuentros nacionales de mujeres, que son espacios feministas tradicionales que fue gestando nuestro país. Porque hemos atravesado situaciones virulentas donde sentíamos que lejos de ir a que nos escuchen y a conocer nuestras problemáticas, nos cuestionaban y reforzaban mucho el estigma social; que solamente cabía la posibilidad de escuchar a una persona que ejerce prostitución si la misma sólo refuerza discursos victimizantes y quienes tienen otra palabra y tratan de legitimar otras experiencias, éramos acusadas y cuestionadas.

Se ponía siempre en duda nuestra palabra y se decía que romantizábamos la prostitución, cuando si te fijás un poco cómo nace AMMAR, nace en los calabozos. Si nacemos de ahí y tenemos como principal reivindicación terminar con la violencia institucional, claramente somos nosotras mismas las que estamos poniendo en evidencia las malas condiciones laborales que atravesamos.

Así que hemos pasado distintos procesos con el feminismo. El primero fue huir de los espacios porque nos sentíamos violentadas y había compañeras que la pasaban muy mal dando cuenta de una experiencia de vida que habían decidido compartir con personas que no conocían, en el día y medio que duran los talleres, siendo puestas en duda, indagando mucho sobre si la decisión de esa compañera había sedo ejercida libremente o no.

Otra vez es importante que cuenten con más herramientas para conocer…

Sí, también nos pasó que, con el tiempo volvimos a esos espacios porque habíamos tenido otros acercamientos a feministas desde otros puntos de vista y sobre todo de aquellas que llegaban a nuestra organización manifestando que querían conocer nuestra realidad.

Esa interacción nos dio muchas herramientas para pensar que hay muchas ramas del feminismo y que, con el que nosotras nos habíamos cruzado, es el feminismo abolicionista, que es uno de los feminismos pero no es el único y no necesariamente es el mayoritario. Este construyó una lógica de discurso hegemónico porque logró institucionalizarse frente a los feminismos autónomos que no quieren que el Estado intervenga en sus vidas.

Cuando nos dimos cuenta que el feminismo abolicionista había institucionalizado su mirada y su posición y que eso se había traducido en políticas punitivistas, prohibicionistas, cerrando fuentes de trabajo para nuestras compañeras, criminalizando muchas formas de organización para llevar a cabo el ejercicio del trabajo sexual, supimos que teníamos que volver a esos lugares a interpelar a ese feminismo y poder dar cuenta, con evidencias, de las consecuencias que habíamos sufrido frente  a ese tipo de intervenciones estatales.

Decir, “bueno, se cerró el cabaret”,  pero nada se dice de los allanamientos compulsivos, violentos donde maltrataron a nuestras compañeras, donde se robaron sus elementos de valor, sus ahorros, que siguen trabajando en condiciones de mayor vulnerabilidad, que tienen que pagar el doble de sus alquileres y que nadie quiere alquilarle a una trabajadora sexual porque no quiere tener que atravesar ningún proceso judicial.

De esta manera también se ponen en claro los reclamos en cuanto a la regulación que le exigen al Estado para garantizar derechos…

Claro, porque en todo ese proceso también nos pusimos a pensar por qué siempre un sector del feminismo piensa que la intervención del derecho penal es la única intervención posible para solucionar, en este caso, problemas sociales. Entonces pusimos en tensión eso; no creemos que el derecho penal sea la única herramienta posible, que tenemos que salir de esa demagogia punitiva y pensar otras herramientas estatales que traten sobre la emancipación, de la autonomía y que interactúen con los sujetos políticos.

“El sindicato tiene la función de garantizar que los derechos humanos y laborales de las personas que nos autopercibimos como trabajadoras sexuales no sean vulnerados”. Foto: gentileza AMMAR

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¿Cuál es el feminismo con el que se sienten representadas?

Cuando se comenzaron a disputar otros feminismos, con el que nosotras nos sentimos más parte es con el feminismo popular, que reivindica todo lo que nosotras ya veníamos haciendo en nuestras barriadas pero nos faltaba tener ese marco para poder nombrarnos y llamarnos feministas. También nos sirvió para identificar que esas políticas que llevamos adelante en los barrios desde la organización eran del tipo feminista.

Creo que ahora queda en claro que existen un montón de feminismos, que hay una tensión latente en los espacios feministas sobre el trabajo sexual pero que nosotras logramos irrumpir y romper un poco con ese discurso hegemónico que sólo puede pensar a las trabajadoras sexuales en clave de victimización.

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