En la actualidad, Héctor es profesor de Ciencias Políticas y, junto a otros veteranos, se ocupan de que la memoria de lo vivido se extienda a toda la población. Por ejemplo, realizan muestras y exhibiciones con el fin de transmitir a los jóvenes la historia del país. ANUNM conversó con el combatiente sobre su formación militar, cómo fue convocado a la guerra y qué actividades realiza para mantener encendido el recuerdo de la batalla.
Antes de ir a Malvinas realizaste el servicio militar. ¿Te acordás del momento en que te convocaron?
No todos iban al servicio militar, era por sorteo. Yo fui sorteado en el 80 para ingresar en el 81. Me acuerdo que estaba feliz. Cuando yo era chico, se televisaban periódicamente los desfiles militares, toda la parafernalia de lo que teníamos como Fuerzas Armadas, y tengo la memoria de mi mamá sentada frente al televisor. A ella le gustaba mucho ver los desfiles y me acuerdo que, cuando estaba viendo uno, me vio pasar y le dijo a mi papá: “Que lindo sería que el Comanche sea soldado”. Por eso, cuando me tocó hacer el servicio militar yo estaba muy contento. Con los años, entendí que estaba cumpliendo el mandato materno de ser soldado de la patria.
¿El entusiasmo inicial se mantuvo a medida que viviste la experiencia del servicio militar?
A mí me gustaba mucho ser soldado. Yo quería ser San Martín. Quería ser ese soldado interesado por la justicia de defender el territorio, de mirar al otro como un sujeto diferente, pero con el que puedo hacer cosas más grandes aparte de mí. Tenía mucho entusiasmo.
Cuando vas al servicio militar se produce un espíritu de camaradería, de lealtad, de fidelidad, te ajustás a ciertos valores. Yo era muy buen soldado y mis compañeros me decían que me enganchara en la carrera militar, pero decidí no hacerlo.
El motivo por el que yo no seguí con la carrera militar es porque tenía la referencia de San Martín, que no maltrataba a sus soldados, sino que les transmitía a través de su ejemplo. Y cuando yo estuve en el servicio militar fui blanco de ciertas violencias porque “la letra con sangre entra”. En el servicio militar la disciplina te entra a los golpes cuando no logra su cometido a través de lo conceptual.
De a poco, fui comprendiendo que el servicio militar te preparaba para la batalla, y si no hay voz de mando, la batalla es un desmadre. Entonces, para que no pase eso, vos tenés que ser muy disciplinado y, para disciplinarte, te tenían que despersonalizar. No podías ser rebelde y pedirle a un joven de dieciocho, diecinueve años que no sea rebelde es contra natura.
¿Cómo fue la transición del servicio militar a la guerra?
A mí, por ser buen soldado, me cambiaron de compañía. Pasé de infantería a una compañía de servicios. Ahí era guardavida de la pileta de los hijos de los oficiales. Me acuerdo que había pocos soldados en el regimiento porque estaban reincorporando a la clase 63. Yo era clase 62 y me tocó hacer guardia cuando estaban reconvocando a los que se habían dado de baja para ir al sur. Nosotros no sabíamos que íbamos a Malvinas, nos decían que íbamos al sur.
La última guardia que hice antes de ir a Malvinas, yo estaba con mi compañero Héctor Guanes, y él me decía: “Van a llevar a éstos y nosotros que tuvimos un año de instrucción, que fuimos a La Pampa, San Jacinto, San Ignacio, que tenemos toda la experiencia acumulada de cómo enfrentar una guerra no nos van a llevar”. En esa última guardia, nos cruzamos con un oficial, el subteniente Arroyo. Él nos mandó con el jefe de compañía a que nos armara. Héctor y yo quedamos en dos compañías diferentes.
¿Cuando los mandaron a armarse qué posición de guerra les asignaron?
Nosotros ya veníamos formados específicamente del servicio militar. Yo era cargador de mortero y Héctor era tirador de FAP, Fusil de Asalto Pesado, un fusil de mayor alcance y potencia que el FAL, Fusil de Asalto Liviano.
Me acuerdo que Héctor agarró su FAP, su bolsón porta equipo y se fue a Malvinas con la Compañía de Infantería B del regimiento 6, destinado a Dos Hermanas. Yo quedé en la Compañía A, destinada a Puerto Argentino.
Durante un repliegue, porque se venía la avanzada inglesa ablandando el terreno con la artillería, Héctor, que era un soldado muy disciplinado, no tuvo tiempo de tirarse cuerpo a tierra y una esquirla le atravesó la pierna. Él murió desangrándose en el Cerro Dos Hermanas, él murió defendiendo nuestra soberanía. Era hijo de una paraguaya, pero con tanto orgullo de ser argentino. Yo me quiero quedar con eso, con su recuerdo y encontrarme con su recuerdo en Malvinas. La alegría que tenía cuando nos dijeron que íbamos a ir al sur sigue todavía efervescente. Lamentablemente no lo puedo abrazar como abrazo a otros compañeros, pero quiero reencontrarme con él.
¿Tenés planeado regresar a Malvinas?
Aprendí a amar a Malvinas a pesar de lo inhóspito, del frío, del hambre, del miedo. Yo viví con mucho orgullo ese período de mi vida. Siempre me culpabilicé por no haber hecho más y quiero volver para encontrarme con esos recuerdos.
El mejor recuerdo que tengo sobre Malvinas es haber abrazado a mi compañero para mitigar el frío y darnos coraje, y con los dientes apretados, empuñar el fusil y gritar “Vengan, vengan, dejen de tirar bombas y vengan”, y con eso me quiero encontrar, con el recuerdo de ese joven, de esos jóvenes con tanto orgullo de defender la patria, de defender a ese pedazo de patria que es el otro.
No quería volver por una cuestión de que tenés que sacar el pasaporte y yo no quiero. Yo voy a Córdoba, a Bariloche y no necesito pasaporte, y para Malvinas sí, porque es una jurisdicción propia, pero por imposición de quienes nos vencieron tenemos que sacarlo. Me negaba por eso, pero me di cuenta que la vida es muy finita y quiero visitar esa turba, esa tierra que alberga los cuerpos de mis compañeros en Malvinas. Hay compañeros que fueron y recomiendan ir acompañados, pero no por las familias, sino por otros que hayan estado en la guerra. Yo iba a ir con mi esposa y mis dos hijos, pero cuando mis compañeros me dijeron eso, entendí que tengo que ir solo.
Siempre digo que el que fue a Malvinas no volvió. Los que pudimos volver, volvimos los soldados, esos nombres y apellidos, esas caras, pero los que fueron no volvieron. La guerra te fragmenta, te rompe en mil pedazos y cuando volvés de la guerra, es muy difícil armarse. Todos los que fueron a Malvinas, ninguno volvió.
¿Considerás que en la actualidad se recuerda la guerra y se rinde homenaje a quienes combatieron en ella?
Mirá, yo creo que hay algo muy lindo y muy triste que se da a la vez. Nos recuerdan, pero solo en fechas específicas. Nosotros no queremos ser reconocidos constantemente, pero queremos mantener viva la memoria. Del enfrentamiento se hicieron muchas reflexiones, pero a mí particularmente, no me gusta escuchar que somos o fuimos “los pobres chicos de Malvinas”. Éramos chicos, sí, pero también muy conscientes de lo que hacíamos. Cuando hablo con los compañeros que fueron, ninguno se arrepiente, todos estamos orgullosos. Sabemos lo que pasamos en Malvinas, pero nunca conocí a un soldado que haya querido volver de allá, ni siquiera en los peores momentos. Teníamos miedo, hambre, frío, pero entendíamos el deber de defender la patria, de defender al otro.
Me acuerdo que había un soldado que era excelente, la familia era de plata, él hasta ese entonces jugaba al fútbol y lo convocaron para Malvinas. La familia arregló su salida al exterior, pero él se quedó a pelear con nosotros.
Mencionaste que intentan mantener viva la memoria. ¿Qué actividades llevan a cabo para conseguirlo?
Nosotros queremos que los jóvenes conozcan la historia y la transmitan porque ellos son los que pueden mantenerla viva. Para los que participamos en la guerra y las generaciones que la vivieron, los recuerdos están latentes, pero la juventud los construye de lo que escucha, de lo que ve. Con otros veteranos vamos a escuelas y contamos nuestra experiencia, llevamos algunas cosas que usamos en Malvinas para que puedan tener una imagen más real de lo que fue. También durante el mes de abril y mayo suele estar disponible una carpa que funciona como muestra y tiene utensilios, ropa, fotos. Todos los años tratamos de invitar a diferentes escuelas para que vengan a visitarla. Por Héctor y por los 649 jóvenes soldados que murieron defendiendo nuestra soberanía en Malvinas, nosotros tratamos de ser cada día mejor que el otro.