
¿Es posible para los artistas independientes sostener su esencia en un mercado musical gobernado por algoritmos? La pregunta cobra fuerza mientras el streaming, las redes sociales y la inteligencia artificial transforman cómo se produce, se escucha y se comparte música. El último informe de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI) confirma esta magnitud: solo en 2024, los ingresos globales de la música grabada alcanzaron los 29,6 mil millones de dólares, con un crecimiento del 4,8 % impulsado principalmente por el streaming por suscripción. Hoy, más del 69% de la facturación de la industria provienen de plataformas como Spotify, YouTube o Apple Music.
Cada día se suben más de 120.000 canciones, pero apenas un puñado de artistas concentra la mayor parte de esas reproducciones. El surgimiento de estas plataformas permitió a miles de músicos llegar a todo el mundo, aunque ese mismo ecosistema que promete alcance ilimitado también impone barreras invisibles: el algoritmo decide a quién mostrarle qué y bajo qué condiciones. Así, la independencia se vuelve un delicado equilibrio entre adaptarse para sobrevivir y no perder la identidad artística en la carrera por reproducciones.
Los filtros invisibles
En este juego desigual, la autonomía choca con algoritmos y grandes sellos que moldean la escucha. Julio Pettersen, referente de la Federación Argentina de Músicos Independientes (FAMI), lo explica sin rodeos: “Los músicos autogestionados dependemos de que nos busquen, pero casi nunca aparecemos como opción”. Para él, la visibilidad no se construye sola, ya que la misma puerta que promete alcance global también filtra lo que muestra y lo que oculta. Así, adaptarse se vuelve necesario, pero sostener la esencia es igual de urgente.
Para muchos músicos y productores, el algoritmo es un arma de doble filo. Cristian Poow, productor musical y mentor de marketing musical, resume la paradoja: “Los algoritmos forman parte de los sistemas de información. No podemos obviarlos porque cada cosa que hacemos está guiada por algoritmos, desde una receta de cocina hasta una playlist de Spotify. El problema es que nosotros no estábamos acostumbrados a que las máquinas pretendan moldear nuestros gustos. Hoy, más que personalizar, moldean conductas. Y eso termina afectando la forma en que se crean y se consumen canciones”.
Poow sabe cómo funciona el sistema desde adentro y reconoce que gran parte de los millones de reproducciones que obtuvo en Spotify se explica por haber entrado en playlists editoriales que dispararon su alcance, aunque advierte que eso por sí solo no garantiza sostener una carrera. Para él, sin una comunidad real ni una narrativa que respalde al artista, el algoritmo impulsa un tema un tiempo y luego lo abandona. El desafío, dice, “es usar el algoritmo como herramienta y no como única estrategia”.
María Road, periodista y productora musical, observa a diario cómo los lanzamientos se adaptan a las reglas no escritas del feed. “El algoritmo reacondiciona todo. A veces no publicás lo que realmente querés publicar porque sabés que no va a tener repercusión. Sabés que tiene que ser una foto impactante, vertical, a color, que atrape en segundos. O sabes que si subís demasiadas historias perdés visualizaciones. Lo que debería ser un espacio creativo termina funcionando como una caja de resonancia de lo que funciona para el algoritmo”, afirma.
Julieta Micheletti, cantautora rosarina y miembro de la asociación de Músicos Independientes de Rosario EL QUBIL, coincide y advierte que la distribución digital obliga a muchos músicos a volverse creadores de contenido para sostener su lugar: “Uno de los mayores obstáculos es la diversificación de estos modos de difundir nuestro arte y nuestra profesión. Ya sea redes sociales o plataformas digitales de distribución musical, nuestra vida como profesionales de la música está atada a mostrar constantemente quiénes somos, qué hacemos, a dónde vamos. Hacer música no se aleja de ser creadores de contenido”, apunta.

Los sultanes del algoritmo
En ese contexto, Spotify for Artists indica que mantener una actividad constante y generar señales positivas al algoritmo, como subir contenido con regularidad y lograr buena retención, es clave para entrar en playlists algorítmicas. Así, cada lanzamiento se transforma en una nueva competencia, no solo contra otros músicos, sino contra un sistema que decide qué música gana visibilidad y cuál queda relegada en el vasto océano digital.
Ese filtro se vuelve cada vez más determinante, ya que las redes sociales actúan como un indicador clave de qué música logra captar la atención del público. Tiktoks, reels y shorts marcan tendencias que pueden revivir hits de hace 20 años o coronar a desconocidos en cuestión de días. “Lamentablemente TikTok marca la forma de descubrir música nueva. La gente se engancha con 30 segundos de una canción que se pone de moda, pero no explora qué hay detrás. A veces las bandas tienen un mensaje, un trasfondo y está bueno descubrirlo”, advierte Road.
Nicolás Zarza (Neco), músico y artista digital, cree que cada artista debe cuidar su raíz genuina. “Uso las redes para difundir mi música, pero no dejo que me dicten cómo crear. Si hago una canción para decir algo, primero me pregunto: ‘¿Esto lo compartiría yo?’ Si la respuesta es sí, recién ahí pienso cómo moverlo en Instagram o TikTok”. Para él, la clave está en separar lo íntimo de lo estratégico: la música más personal se protege de la urgencia digital, mientras que lo más lúdico sirve para probar qué funciona. “Lo que de verdad me importa, eso no lo negocio”, resume.
Para Aera Livertá, banda del oeste bonaerense, la tensión es la misma. Leonardo Montenegro, baterista, reconoce que es imposible no estar influenciado por lo que se escucha y consume, pero marca un límite: “A la hora de crear música no me dejo influenciar algoritmos. Sí uno, inconscientemente, está moldeado por lo que escucha y consume, y eso condiciona.”. Tysem Albornoz, guitarrista y voz, lo refuerza: “Nos interesa entender cómo funciona el algoritmo para difundir lo que hacemos, pero no para que defina nuestra música. Si fuera así, haríamos temas cortos, sin intros, directos al estribillo para reels. Lo nuestro no va por ahí”.

La importancia del vivo
La pregunta por la esencia artística se cruza inevitablemente con la de la subsistencia: en un juego de hiperproducción constante, la clave que repiten los músicos activos en el under es no dejarse consumirse por la ansiedad de gustarle al algoritmo. Poow lo plantea de forma pragmática: “Hay que construir comunidad. La playlist no te dice quién es tu público real, pero un newsletter, un show en vivo, un mensaje directo sí. El artista que se obsesiona solo con gustarle al algoritmo se olvida de lo más importante: su gente. Y sin gente, no hay carrera”, asegura.
“Antes que matarse pensando en reels, es mejor tener de sobra buen material de los shows en vivo. Eso siempre va a ser genuino y orgánico”, agrega Road, quién considera que el secreto de una banda emergente sigue estando en el escenario. Para Zarza, el consejo es abrazar lo digital como herramienta sin dejar de pisar escenarios: “Las redes acercan, pero la música no se puede quedar solo ahí. Hay que salir a tocar, compartir, estar con la gente cara a cara, compartir con otros artistas y generar lazos humanos reales más allá de todos los beneficios que uno tiene en lo digital.”
Este enfoque híbrido, que combina lo digital con lo presencial, refleja la complejidad del escenario actual para los músicos independientes. Pettersen, bajista de Mamavintag y PSP, plantea que recuperar parte de la lógica de la vieja Ley de la Música, que obligaba a radios a pasar un 30% de música nacional y un 15% independiente, podría inspirar medidas que garanticen un cupo mínimo en plataformas. Aunque admite que es difícil trasladarlo tal cual, cree que “desde ahí se puede pensar en otorgar espacio de muestra necesario, donde el oyente elige.”
Micheletti, vocalista en Triple de Miga, subraya la importancia de fortalecer los circuitos locales para sostener la escena independiente: “Lo ideal sería que cada artista en su propia localidad tenga la posibilidad de que su música pueda ser reproducida en eventos masivos, ya sea festivales, radios, espacios privados. Eso permitiría que más gente conozca lo que hacemos sin depender tanto de las plataformas”, afirma.
Así, la pregunta inicial se vuelve aún más urgente: ¿se puede sostener la esencia en un ecosistema que premia la repetición, la instantaneidad y el impacto fugaz? Tal vez la respuesta no esté en desconectarse ni en resignarse, sino en comprender la herramienta para ponerla a trabajar a favor de cada proyecto. Poow insiste: “El algoritmo es un puente. Pero la base es la seguridad de uno mismo. No se trata de correr atrás del algoritmo, sino de entenderlo y usarlo para llevar tu mensaje adonde querés. Si no, terminas haciendo música para una máquina y no para la gente”.