
El Museo del Bandoneón Mariani se encuentra en La Reja, del partido de Moreno, que ostenta el título de “Ciudad Nacional del Bandoneón”. La historia de este singular patrimonio no es solo un decreto oficial, sino la voluntad de una mujer, María Elisa Coronel, quien, a sus 81 años, oficia de guardiana de un legado forjado por tres generaciones de luthiers. Ella, la viuda del último Mariani, Luis Alfredo “Coco”, es quien se encarga de que los fuelles de la memoria sigan respirando.
El museo, ubicada en la calle La Rábida al 100, no nació como tal, sino como parte de la casa familiar, un taller. “Yo aparecí en la vida del hijo de Dulio, o sea, de Coco, y vi esto”, relata Marisa (apodo de María Elisa) señalando la sala colmada de recuerdos, placas, premios, reconocimientos y archivos invaluables. “Montón de cosas que nosotros teníamos guardadas. ¿Por qué no exponerlo? Ya la entrada estaba, el lugar lo conocían”, afirma.
La historia comienza lejos, en Macerata, Italia. Don Luis Mariani, abuelo de Coco, llegó a Argentina en 1942 huyendo de la guerra, trayendo consigo la maestría en acordeones. Su primer trabajo fue en la prestigiosa Casa Fisher, la primera casa de pianos en el país. Más tarde, junto a su hijo Dulio, abriría un negocio de música en CABA sobre la calle Córdoba y se dedicaban a la reparación de acordeones.
El destino del apellido Mariani, que portaron tres generaciones de luthiers, cambió por un decreto que provocó el cierre de la importación. “Un presidente de la Nación manda a su secretario privado para que se le hagan cuatro bandoneones. Se le cierra la importación. Ya no podían traer bandoneones de Alemania”, cuenta Marisa.
Entonces entró en escena una leyenda del tango Aníbal “Pichuco” Troilo. El músico, amigo de Dulio, instó a la familia a fabricar el instrumento nacional. Don Luis se resistió, pues no lo veía “rentable”. Pero Troilo y otros músicos lo convencieron. Dulio debió viajar a Europa para desentrañar el secreto del fuelle. El resultado fue la fabricación de 402 bandoneones “Mariani” que se encuentran distribuidos por todo el país.
Sus producciones se extendieron por fuera de los límites pensados y residentes de Francia y China tomaron la decisión de encargarle trabajos a este hombre. Sumado a las visitas de importantes músicos como Feliciano Brunelli, Francisco Canaro, Enrique Discépolo, José Rasano y del Chaqueño Palavecino a la fábrica en la calle Córdoba. Además, la Embajada de Japón visitó el lugar para comer y observar la fabricación de bandoneones.
Marisa, quien no vivió la etapa fabril, ha asimilado la técnica y la pasión hasta hacerla propia. En el museo, el instrumento es el protagonista, revelando sus secretos. Explica que “el bandoneón es un instrumento muy noble. Abriendo tiene una nota, y cerrando tiene otra. A diferencia del acordeón, que tiene la misma nota abriendo y cerrando”.
Pero quizás la anécdota más sorprendente es la prueba de fuego de la fábrica. “Ni Luis, ni Dulio, ni Coco sabían música. Para saber si un instrumento estaba perfectamente afinado, utilizaban el tacto y el oído, tocando un único vals. Tocaban ese vals que se llama Desde el alma… Y si sonaba un poco mal, había que arreglar esa nota”, comparte Marisa.
El museo guarda reliquias que van más allá del bandoneón: una mandolina de madera, un instrumento de cuerda con forma de lágrima o cuenco, de 120 años que trajo el fundador desde Italia, el tesoro de las 470 partituras originales, de puño y letra, de Feliciano Brunelli. Además de estos objetos, se recuerda el regalo que se le hizo al Papa Juan Pablo II, a quien se le entregó un bandoneón Mariani de estudio. A cambio, el Papa envió un rosario, un misal, una Virgen de Luján y una llave de bronce.
“El museo comenzó siendo un pasillo de muestra en realidad, más que nada porque la gente que se acercaba a comprar. Muchas veces tenían que esperar un tiempo prolongado para que esté listo el instrumento. Entonces, a Coco se le ocurrió armar como un mini recorrido por la historia de la familia, para quienes esperaban se entretengan y conocieran un poco sobre su historia, los músicos con los que habían trabajado”, señala Sabrina Gerbasi, hija de Coco.
El dolor de la pérdida de “Coco” llevó a Marisa a cometer un error que hoy lamenta. Por no querer saber nada que le recordara a su esposo, regaló todas las máquinas. Fue su hija, Sabrina, quien la confrontó: “Me dijo: ‘Sos un egoísta. ¿Por qué? Porque el museo no es tuyo… es de la localidad y de la gente’. Y ahí tomé conciencia. Y hoy trabajo para la gente”, narra Marisa.
Esta conciencia se mezcla con la frustración. Marisa ve cómo los homenajes institucionales, como el nombramiento del jardín de infantes local como “Vocecita de Bandoneón” o la inauguración del Patio de Tango en la calle Storni, no se traducen en ayuda continua para el mantenimiento del espacio y lamenta que Coco Mariani no llego a verlas.
Marisa declara que “hemos luchado tanto para que a esto se le dé importancia. Me dicen ‘está sin pintar’, perfecto, está sin pintar, pero acá hay cultura. Y ahí tomé conciencia, hoy trabajo para la gente. Esto no es mío. Si bien soy la dueña, la historia en sí, la cultura es de la gente. Quiera Dios con una mano en el corazón te digo que mis hijas puedan seguir con esto”
Ella misma lo resume, no se considera una figura ilustre; simplemente cuida un legado. “Yo no fabriqué bandoneones y acordeones, simplemente cuido esto con ellos. Yo esto lo hago por mi esposo, que dejó la vida en una silla de ruedas, trabajando y haciendo cosas”, sentencia.
El Museo Mariani no es solo una colección, es una historia de amor, de arte y de resistencia cultural. Y mientras Marisa siga en pie, el fuelle del tango continuará respirando en La Reja. Analía Marcantetti, vecina de La Reja, comenta que “está muy bien logrado. Contiene mucha información de la historia musical de Argentina. y conocer la historia del bandoneón argentino y poder saber de las personas que con tanto amor se encargaron de crearlos y restaurarlos es algo más que maravilloso.”
En La Reja, “Ciudad Nacional del Bandoneón”, se encuentra la historia viva de cómo la voluntad de una familia, y ahora la entereza de una sola mujer, logra que la memoria argentina no pare de sonar. Un recordatorio de la cultura argentina y mientras Marisa siga contando la historia, el tango estará a salvo.

