Nuestro derecho, nuestro lugar, nuestro futuro…

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Estudiante de Comunicación Social (UNM)

“Había una necesidad de que el rugby empiece a ser un poco más popular”

Enrique Elías y su hijo Agustín crearon el Trujui Rugby Club, para acercar ese deporte a los pibes del barrio. Una historia de sacrficio y esperanza.
“Algunos chicos son estudiantes de secundaria, mientras que otros no están escolarizados, así que aprovechamos el rugby para incentivarlos a volver a la escuela”, cuenta Elías

“Quique”, como lo conocen en el barrio y en el club, es profesor de Historia, Geografía y Ciudadanía, con más de veinticinco años de experiencia. Realiza tareas como docente en programas educativos sociocomunitarios, participando en actividades culturales desde arte y muralismo, y huertas comunitarias.

En su infancia jugó al rugby en el Club y Biblioteca Mariano Moreno. Con la necesidad de volver a estar cerca del deporte y de asomarlo al barrio, tomó la decisión junto a su hijo, Agustín Elías, de fundar Trujui Rugby, club que lleva el nombre de la ciudad perteneciente al partido de Moreno.

¿Qué fue lo que te motivó a arrancar este proyecto?

Motivos tengo varios, pero el más importante fue por algo personal. Mi origen es de clase trabajadora, vengo de una familia muy humilde, mi viejo laburante en una fábrica y mi mamá era empleada doméstica.

En el barrio había como una colonia de vacaciones donde enseñaban a jugar rugby, hockey y tenis. Un día, estaba jugando en el potrero, nos propusieron a los que estábamos ahí si queríamos ir. Así fue como desde chiquito jugué en el club Mariano Moreno hasta que deje de jugar porque veía todo el esfuerzo que hacían mis viejos y no podía seguir yendo por cuestiones económicas.

Me recordaba parte de mi historia, además me dejó cosas muy lindas, amistades que sostengo hasta el día de hoy. Si bien el rugby tiene un estigma, y en gran parte es una realidad, de que es un juego elitista, es decir, que personas de otro nivel económico no pueden llegar a jugarlo, había una necesidad de que el rugby empiece a ser un poco más popular, que se empiece a jugar en la barriada.

Todo esto hizo que, junto a mi hijo Agustín, que es el actual presidente del club y que además jugó en el Mariano Moreno, surgiera la idea de ir con dos pelotas al barrio y ver qué pasaba. De antemano, había arreglado con algunos alumnos de la escuela donde trabajo, que son del barrio Villanueva, algunos de Santa Paula. Otros chicos que nos vieron se fueron acercando, y fue así que se fue organizando todo.

Estos chicos eran muy humildes, venían a entrenar en ojotas, otros descalzos porque el único par de zapatillas que tenían las usaban para el colegio.

¿Por qué eligieron Trujui? ¿Vos eras de ahí?

Yo crecí en el barrio Las Flores e hice toda mi tarea docente prácticamente en los barrios Villanueva y Santa Paula. Todo esto pertenece a la localidad de Trujui, junto a otros barrios como Cuatro Vientos, San Carlos, Villa Ángela, entre otros.

Entonces de ahí viene el nombre del club, porque también queríamos romper esa tradición negativa de los barrios más picantes, esa tradición de las bandas y de pertenecer a un barrio. Teníamos que romper con esa frontera que hace que termine siendo un gueto y provoca conflictos. Por eso elegimos Trujui, porque es lo que puede unir a todos estos barrios.

¿Cómo es la realidad de estos barrios y la de los chicos que van al club?

La realidad es bastante dura. Algunos chicos son estudiantes de secundaria, mientras que otros no están escolarizados, así que aprovechamos el rugby para incentivarlos a volver a la escuela. La mayoría de los chicos son laburantes, y muy pocos tienen empleos en blanco. Esto hace que la dinámica de los entrenamientos sea especial, por la cantidad de gente, hay épocas del año donde pegan más laburo y otras en donde prácticamente quedan desocupados.

Algo que nos golpeó mucho fue el tema de la nutrición. Notamos que muchos estaban mal alimentados, y esto no solo afecta su rendimiento físico, sino también el intelectual. Llegamos a tener un jugador internado por problemas de nutrición. Durante un tiempo, en los entrenamientos, comprábamos frutas y turrones para que comieran algo antes de entrenar, aunque ahora ya no podemos hacerlo.

El entorno del barrio es picante, pero los chicos cuando terminan de entrenar y vuelven a la calle, porque no es que dejan la calle, tienen otras herramientas y esto es muy importante. Hay jóvenes que no tienen herramientas para defenderse en una sociedad que es de consumo, y es muy fácil que se metan en la falopa, que sean usados y se los descarte.

Por eso la excusa del deporte, del rugby con sus valores, es que se olviden por un momento de la realidad en la que viven. El deporte les da alegría y les enseña que de las situaciones jodidas se puede salir en términos colectivos, con el que está al lado.

Comentabas cómo ayudan a los chicos en la alimentación. ¿Se ha acercado alguien a dar una mano en cuestiones de salud?

Sí, gracias a la madre de uno de los chicos, que es enfermera, les pudimos hacer todo un control a ellos. Les realizamos estudios de laboratorio, placas, electrocardiogramas. Estos son anuales para prevenir y para que estén en condiciones de jugar.

Además, hablamos con la Secretaría de Deportes del municipio, y cada vez que tenemos un partido de local nos mandan una ambulancia y enfermeras que están en la cancha, por si surge algún inconveniente.

También nos da una mano el doctor Pablo Malisan, que es traumatólogo, y cada vez que se rompe alguno, como decimos nosotros, nos hace una atención gratuita.

El club hace referencia a su identidad a través de sus colores, el verde por su entorno y el negro. Este último, ¿tiene que ver con el estigma que viene de otros espacios con lo que representa ser de Moreno?

El negro se eligió por lo que representa ser de Moreno. Siempre nos dicen que somos los negros, los villeros, y a los chicos para nada les afecta. Tenemos en esa negritud que dicen, nuestra cultura, nuestra identidad y muchas cosas buenas. Entonces, si quieren decir que ahí vienen los negros de Trujui a jugar al rugby, que lo digan, no nos molesta.

Con respecto al verde, los chicos miraron todo lo que tenían a su alrededor. Además de un basural con una quema en el fondo y las torres de alta tensión, era todo verde, que para ellos es un espacio de potrero, de libertad.

En el escudo se eligió un chimango, que es el ave rapaz del conurbano, y una rama de sauce, que es uno de los árboles que tenemos en mayor cantidad en esta zona, una zona de arroyos. Los chicos también habían propuesto una rata con un cuchillo en los dientes, por la cantidad de ratas que hay en el basural.

Amigos del club Mariano nos ayudaron a juntar plata, se hicieron rifas para poder comprar la primera tanda de camisetas. Fue lindo todo lo que se proyectó.

Proyectaron un poco más amplio y hoy tienen su cancha. ¿Cómo fue ese proceso de tener su propio espacio?

Fue tremendo. Nosotros entrenábamos en la cancha de un club de fútbol que nos habían prestado, que estaba iluminada. Acá en Moreno, a los clubes barriales de fútbol les dan una organización, una logística y recursos muy buenos. La cancha era de tierra, a veces con un poco de vidrio, pero entrenábamos ahí porque nos prendían las luces. Luego dejaron de hacerlo.

Arrancamos con rugby femenino porque comenzaron a acercarse las primeras jugadoras, que venían de fútbol porque empezaron a mirar con otros ojos lo que veníamos haciendo. Los chiquitos de este club empezaron a sumarse a los entrenamientos y parece que mucho no le gustó al club. Así que nos vinieron a avisar que ya no podíamos entrenar más porque le rompíamos la cancha. Los pibes no tenían botines, venían a entrenar en ojotas, dos o tres tenían zapatillas, así que esa no era la excusa.

Hasta que fuimos a San Martín de Porres. Antes era una fundación que daba de comer a los pibes de la calle, y tenían un espacio todo alambrado, debajo de las torres de alta tensión, y nos propusieron ir a entrenar en ese espacio. Antes se los prestaban a los clubes de fútbol, pero había muchas peleas.

Lo peligroso son las torres de alta tensión, pero tenemos nuestra propia cancha y eso nos dio como una fuerza diferente. Unos papás, que trabajan en una empresa tercerizada de Edenor, nos consiguieron postes de madera para poder hacer nuestras H (en términos futboleros, es el arco de rugby). Compramos unas palmeras más chicas para hacer los travesaños.

Con mucho esfuerzo, conseguimos comprar pintura sintética para que las H parezcan de hierro, cuando en realidad son de madera. Cortamos el pasto y marcamos la cancha con cal. Nos faltan diez metros para tener la medida reglamentaria.

El próximo paso que tenemos es poner reflectores para poder entrenar, porque a la noche se entrena con las luces de la vereda y la luminosidad de una cancha de fútbol que nos da un poquito en la nuestra.

En el mundo del rugby se habla mucho de que es un deporte de valores. ¿Por qué se dice eso?

Hay muchas cosas especiales en el rugby, que van más allá de si es elitista o no. Ya el hecho de juntarse en una ronda, entrelazados, donde nos ponemos en un plano de igualdad, siendo todos parte de lo mismo, donde se escucha hasta una crítica para mejorar, es donde siento que empieza a ser diferente.

Jugando pude conocer a gente de otros estratos sociales, gente con mucha plata, otros hijos de laburantes como yo, y hasta el día de hoy, casi más de cuarenta años después, seguimos manteniendo la amistad. Pensar que somos de lugares diferentes y hasta de pensamientos ideológicos distintos, pero nos une la amistad.

Es un juego donde tenés que agruparte para poder avanzar, porque si no, no podés. Si sos rápido y te escapás, va a haber dos que te van a estar siguiendo, o si te escapás es porque el equipo creó las condiciones para que vos corras.

Es un deporte que, si lo empezás a analizar, es como también te movés en la vida. Ser una persona solidaria, humilde, respetuosa con el que tenés al lado son valores que tratamos de inculcarles a los chicos. El insulto es algo que se descartó en los entrenamientos, nadie insulta, no porque los retemos, sino porque el clima que se creó es ese.

El trato que tenemos con el otro es muy importante también. Algo que vivimos de forma permanente es ver a pibes que eran muy apagados, que eran apartados y discriminados en el barrio. Como se les tuvo respeto, se los escuchó, se los integró, hubo una unidad. Esta unidad se nota mucho cuando uno consigue un botín que no le entra y se lo da a un amigo que está al lado, que por ahí no tiene. Estos valores creo que van forjando nuestra identidad.

También hablamos con ellos por el tema de la violencia. Cuando alguno tiene una actitud fuera de lugar, no van a decir su nombre, pero sí que representa un club, y eso involucra a un montón de personas. Entonces empezamos a ser personas públicas, que hay que cuidar por la integridad de uno y la de los demás.

En relación a esto último, se ha cuestionado a los “valores del rugby” por los hechos de violencia que fueron sucediendo. ¿Sentís que el rugby tiene responsabilidad? ¿Hubo alguna autocrítica?

El rugby como deporte, no, pero sí la dirigencia, que es la que manifiesta ser nuestra identidad del rugby. Hay sectores de autocrítica, pero provienen de espacios de exjugadores.

Creo que también se estigmatiza al rugby porque está asociado a una clase social que de alguna manera discrimina. Hay experiencias como la de Camioneros, que empezó a tener rugby y pidió incorporarse a la URBA (Unión de Rugby de Buenos Aires) y fue rechazado. Entonces, esta clase alta tampoco desea incorporar ciertas cosas.

Hay algo que está claro, en otros deportes suceden un montón de cuestiones, como casos de abusos, pero el rugby se estigmatiza por la clase social de quienes lo juegan. Siempre lo malo es lo que corre más rápido, pero lo bueno hay que acercarse, darse el tiempo de conocerlo, y eso es Trujui también.

El deporte no tiene la culpa, sino la gente que lleva adelante el deporte y su dirigencia, que no es capaz de marcar ciertas pautas. Nosotros también jugamos al rugby, en un sector de la sociedad mucho más pobre, y tratamos de plantear, desde nuestra joven dirigencia, qué cosas nos molestan de esta sociedad y de qué manera, a través del rugby como herramienta, podemos cambiar la vida de las personas. Esto último no es chamuyo, porque lo percibimos en nuestros chicos y lo podemos ver con la experiencia de Espartanos en las cárceles, donde hay una baja tasa de reincidencia después de haber pasado por el rugby.

Es un deporte valiosísimo por todas las herramientas que tiene, porque ayuda a modificar las conductas que tenemos, inclusive las más egoístas, que son las peores que puede tener una persona, como el ser individualista, y pasar a ser más colectivos en términos de equipo. Estas cosas cuestan trabajar en la sociedad.

Sabemos que estamos haciendo un caminito chiquito para que el rugby empiece a crecer desde abajo. No estamos solos, ya que hay un montón de espacios como los nuestros. Por ejemplo, no estamos incluidos en la URBA, nadie se acercó a dar una mano, no nos mandan pelotas, no nos ayudan con la asistencia médica. Es acá donde vuelvo a lo mismo, tiene que ver con las dirigencias. Son estas personas con sus mentalidades las que llevan el deporte adelante.

Ojalá algún día no haya más violencia hacia nadie. Este es nuestro aporte como Trujui, que trasciende lo que es la cancha y empieza a meterse en la vida social y cultural de las personas.

Un poco lo adelantaste recién y al inicio me comentabas que había una necesidad de que el rugby empiece a ser un poco más popular. ¿En qué aspectos el rugby es elitista y qué se debe hacer para ir cambiando también esa imagen?

Es elitista por la capacidad económica, en el sentido de pagar una cuota social y deportiva, por la nutrición que hay que tener, el tema del transporte, si uno vive lejos de las canchas es difícil costear eso. También por la ropa, los botines, el pagar un tercer tiempo. Todo esto implica que no todos puedan jugarlo. Entonces lo económico, como una limitación.

Lo otro, que es lo más jodido, tiene que ver con lo cultural. Muchas veces tenemos una sociedad que discrimina, que estigmatiza con cómo te vestís, tu color de piel, de lo que laburan tus viejos y de qué barrio sos. El pertenecer a un club tiene que ver con pertenecer a un sector social y a cierta familia. A medida que uno se va alejando del rugby de Buenos Aires eso va cambiando, no es el mismo rugby que se juega en Tucumán o Santiago del Estero, en otros lugares es mucho más popular.

Entonces lo que hay que hacer para cambiar es preservar los valores principales, como el respeto, no estigmatizar a nadie, el trato que le das a las personas.

Por último, ¿qué esperás para el futuro del club y de los chicos?

En un barrio donde me tocó ser profesor y vivir muchas situaciones feas, sueño con verlos crecer, tanto a los chicos como al club, que empiecen a creer que si tienen un proyecto lo pueden llevar adelante.

Que mantengan la identidad del club, que si esto es permanente va a ser un aporte muy grande para muchos pibes de la zona. Que van a tener un lugar sano donde poder divertirse y que la limitación no sea lo económico, sino la voluntad de esa persona de aceptar este tipo de trato y de valores.

A mí me cambiaron la vida, y creo que al barrio también. Los pibes se empiezan a dar a conocer porque los vecinos los vieron cortando el pasto y trabajando, los ven mejorando la zona, y después los ven jugando al rugby.

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