
La crisis climática exige respuestas y transformaciones en los patrones actuales de desarrollo, caracterizados por la sobreexplotación masiva de recursos naturales. Frente a este panorama, el libro La Transición energética en la Argentina (Siglo XXI), compilado por Maristella Svampa y Pablo Bertinat, propone una hoja de ruta para entender los proyectos en pugna y las falsas soluciones.
El apagón ocurrido en la Argentina el 16 de junio de 2019 puso en evidencia la importancia de la energía en la sociedad. Las consecuencias del paradigma productivista, los procesos de privatización y la vigencia de un marco normativo neoliberal ponen en el centro del debate la necesidad de generar un nuevo modelo energético, justo y popular. Sin embargo, no existe una única mirada de transición energética, sino que las propuestas son diversas.
Este libro reúne los aportes de especialistas de diferentes disciplinas que exponen las principales miradas en torno a esta transición, que refiere al pasaje de una concepción de la energía como una mercancía a otra que la considere como un bien común.
“En nuestro país continúan vigentes las leyes que fueron dictadas durante los gobiernos de Carlos Menem (1989-1999) que configuran al sector energético bajo una lógica de mercado y no de derecho. Cambiar esto implicaría intentar tener una gestión más democrática y con participación ciudadana”, afirma Bertinat, quien también dirige el Observatorio de Energía y Sustentabilidad en la Universidad Tecnológica Nacional de Rosario. Sin embargo, indica que esta transición no se produce de un día para otro, sino que es un proceso que involucra múltiples aristas sociales, políticas, culturales y económicas.
Distintos caminos
El paso de un capitalismo de base agraria a un capitalismo industrial dio lugar a una nueva era geológica, conocida como Antropoceno. Este cambio vino acompañado por la incorporación de los combustibles fósiles, tales como el carbón, el petróleo y el gas a la matriz energética. A su vez, esto implicó la existencia de una relación instrumental y mercantil entre la sociedad y la naturaleza, lo cual intensificó los procesos de concentración de aquellos actores oligopólicos y profundizó las desigualdades sociales.
En el libro mencionan que existen “tantos proyectos de transición como intereses que los promueven”; sin embargo se pueden distinguir dos grandes tendencias. Por un lado, una agenda de transición corporativa, que no es crítica de las características del sistema actual y que considera este proceso como un simple recambio de fuentes en la matriz energética y que ve este proceso como un nuevo ciclo de acumulación de riqueza y poder. En contraposición, existen múltiples experiencias colectivas y contrahegemónicas, tales como organizaciones comunitarias, cooperativas y movimientos eco territoriales, que apuestan a una transición energética popular con justicia socioambiental.
En cuanto a este tipo de experiencias en nuestro país, Bertinat menciona: “Tenemos muchos antecedentes de cooperativas vinculadas a la energía. Si bien estamos bastante retrasados en esta cuestión, hay algunos elementos interesantes que se desprenden de estas iniciativas para pensar en un modelo de energía diferente al actual”. Este retraso que menciona el ingeniero se debe, en parte, a la presión que realizan las corporaciones para sostener el uso de energías fósiles en sistemas concentrados y centralizados, de manera tal de seguir generando mayores ganancias
A su vez, en el recorrido de las páginas se menciona el concepto de “transición justa” que nace como respuesta “a la destrucción de puestos de trabajo ocasionados por los procesos de transición energética”. En América Latina no se han desarrollado conflictos ecológicos distributivos importantes vinculados con la transición energética con protagonismo sindical. Sin embargo, los sindicatos y las federaciones se han involucrado en la problemática. En nuestro país se puede mencionar el caso de la Confederación General del Trabajo (CGT) que participa usualmente en la Confederación Sindical de Trabajadores/as de las Américas (CSA).
El caso de Vaca Muerta
Vaca Muerta se encuentra situada principalmente en la provincia de Neuquén y es la principal formación de hidrocarburos no convencionales de Argentina. Pese a que su descubrimiento se dio en 1927, recién a partir del 2010 adquirió mayor relevancia pública debido a su potencial para la obtención de gas y petróleo. Según datos de la Secretaría de Energía, la producción en Vaca Muerta durante este año marcha con un ritmo de 226 mil barriles de crudo diario, un 35% más que el año anterior. Además, ocupa el 40% de la producción total de petróleo.
“En los años 70 se descubren yacimientos en Neuquén y eso marca una revolución energética para nuestro país. Luego, del 2010 en adelante, con el descubrimiento de Vaca Muerta, Argentina empieza a convertirse en una importante productora de este tipo de recursos, tanto para continuar abasteciéndose de gas y petróleo, junto a la posibilidad de exportar estos bienes”, explica Gabriela Wyczykier, doctora en Ciencias Sociales y una de las autoras del libro.
De acuerdo a lo mencionado en el libro, el megaproyecto de Vaca Muerta es una producción de “energía extrema”, dado a que se trata de formaciones geológicas que para su extracción requieren de técnicas más costosas y con mayores impactos. Una de estas técnicas es la fractura hidráulica que consiste en “inyectar con altas presiones un compuesto de grandes cantidades de agua, arena y químicos en la formación rocosa para obtener el gas o el crudo alojado en sus poros”.
Por un lado, la posibilidad de extraer hidrocarburos no convencionales es vista como una oportunidad de soberanía energética, sumado a la generación de trabajo, tanto directo como indirecto. Sin embargo, tanto la extracción convencional como la no convencional, tienen impactos ambientales y de salubridad que son significativos para toda la sociedad. “Esto adquiere una magnitud mayor por el calentamiento global. La crisis climática obliga o debería obligar a los países a dejar los fósiles bajo la tierra por su alto impacto a nivel planetario”, sostiene Wycykier.
En cuanto a la técnica del fracking, señala que algunos países lo han prohibido, mientras que nuestro país se encuentra alejado de eso. “Lo que pasa en Argentina es que hay un fuerte consenso fósil para continuar explotando los recursos. Incluso se han alterado las regulaciones para favorecer estas extracciones”, resalta. Este consenso que menciona la investigadora también se ve en otras problemáticas, como la minería a cielo abierto, la explotación del litio y la soja.
Por otro lado, enfatiza en la importancia de mostrar otras maneras de relacionarnos con la naturaleza. “No solo se trata de cuestionar la energía fósil, sino también aquellos parámetros culturales, sociales, políticos y económicos en donde descansa esa sociedad. Es pensar en otras alternativas productivas, de consumo, que se deben construir de forma colectiva. No se trata de ver en blanco o negro, sino entender estos procesos en su complejidad”, agrega Wycykier.
Hacia una transición justa y popular
En el libro se esbozan algunas de las coordenadas centrales para que la transición energética hacia fuentes renovables sea justa y popular. Entre ellas, se menciona la importancia de desmercantilizar la energía y empezar a entenderla como parte fundamental de los derechos colectivos. También se menciona la posibilidad de “construir procesos y mecanismos de satisfacción de necesidades humanas con menos materia y energía”.
Esto, a su vez, plantea la necesidad de reducir el consumo y utilizar más energías renovables. Estas acciones ayudarían a eliminar las profundas brechas sociales y geopolíticas existentes en el acceso a este recurso. Otra de las coordenadas es repensar y cambiar la matriz productiva actual, buscar alternativas e impulsar transformaciones estructurales, tanto para el corto, mediano y largo plazo.
Por otro lado, se propone despatriarcalizar la energía para “desnaturalizar una multiplicidad de niveles que configuran el carácter patriarcal, capitalista y colonial del sector energético”. Por último, se hace énfasis en la urgencia de avanzar en la democratización y la descentralización de las políticas energéticas. “Se trata de un proceso que requiere de tiempo, convicciones del Estado y de los actores involucrados. El problema está cuando queremos atacar con discursos simplistas una problemática que es tan compleja”, concluye Wycykier.