A partir de la muerte de su amigo, Marcelo enfrenta un momento crucial tanto en su vida como en su carrera académica. El anhelo por ser el nuevo sucesor titular de esa cátedra se ve obstaculizado por la llegada inesperada de Rafael Sujarchuk, un colega brillante y vanidoso que regresa de dar clases en Alemania. Ambos, con sus formas y pedagogías abismalmente opuestas, se sumergirán en una disputa por conseguir el puesto libre.
Estrenada en 2023 y protagonizada por Marcelo Subiotto y Leonardo Sbaraglia, la película ganó el premio al mejor guión y mejor actor en el Festival de San Sebastián del año pasado y recientemente obtuvo siete premios en la primera entrega de los Martín Fierro de Cine y Serie. A pesar de que los espectadores pueden encontrar similitudes con el panorama actual de las universidades, el guión fue escrito cuatro años atrás. Para Naishtat estas similitudes con el presente no tienen que ver con un retrato distópico del futuro ni con una lectura anticipatoria, sino más bien con el hecho de que la universidad “siempre vuelve a tener que luchar por su existencia y a ser enemiga de los poderes de turno”.
A continuación nos cuenta de qué manera eligieron narrar temas tan complejos como la muerte, el duelo y el desfinanciamiento de las universidades desde el humor. Además, nos comparte su mirada sobre el panorama actual de la industria audiovisual, las dificultades que enfrenta el cine argentino y la importancia de contar con un Estado presente tanto en la educación como en la cultura.
La película habilita a hacer una lectura anticipatoria y hasta premonitoria de la actualidad, sin embargo el guión lo escribieron en pandemia. ¿Cómo llevaron adelante la escritura en conjunto y de qué manera surgió el interés por abordar este tema?
La escritura del guión empezó en la pandemia junto a María, intercambiando ideas alrededor del deseo de trabajar con Marcelo Subiotto y Mara Bestelli, actor protagonista y una de las personajes de la película. Tuvimos el deseo de pensar una historia alrededor del mundo de un filósofo y de Puan.
Empezamos a intercambiar un documento en formato de cadáver exquisito, es decir, sin saber muy bien cómo iba a seguir el otro. Fueron muchas conversaciones y rápidamente llegamos a un resultado que nos parecía interesante y estimulante. En general siempre se tarda mucho en escribir un guión y éste, en cambio, tomó forma bastante rápido.
Elegimos Puan porque, por un lado, María fue alumna de la Facultad de Filosofía y Letras y conoce muy bien ese universo. A su vez, yo soy hijo de un filósofo, un docente de Filosofía de la Facultad de Ciencias Sociales. Eran mundos conocidos y, además, Puan es un lugar lleno de particularidades, de contradicciones, donde están las humanidades más abstractas y los pensamientos más metafísicos. A la vez, es un edificio lleno de urgencias edilicias y muy militante, toda una serie de señas que nos convocaban y que nos hacían sospechar que en ese lugar se escondía una película.
¿Cómo fue el desafío de narrar el universo Puan, que es tan complejo y diverso, desde el humor?
Eso fue una decisión estratégica porque a todos nos gusta reírnos, y está bueno reírse cuando se trata de una película que va a hablar de la universidad pública, de la muerte, del duelo y una serie de temas que pueden resultar tristes. Nuestra estrategia fue vehiculizar todas esas temáticas dentro de la cáscara de una comedia porque es un género que amamos. Creemos que la risa redime un poco toda la seriedad de esos tópicos y los humaniza. Fue una forma de acercar la película a la gente y la verdad que eso funcionó.
En la película, como mencionaste, podemos encontrar aquellas particularidades que caracterizan a la Facultad de Filosofía y Letras. Sin embargo, de alguna manera aparecen aspectos y tensiones que son representativas de las universidades en general.
Las universidades tienen una serie de desafíos en Argentina, ahora están en una crisis absoluta por obra de un gobierno que es enemigo de la educación y del desarrollo. Pero se puede decir que las universidades siempre están en una tensión presupuestaria, salarial, por eso algo de eso está presente en la película de Puan. También está la idea de lo que implica la educación de masas como es en Argentina. Contrariamente a otros modelos más elitistas, nuestras universidades tienen miles y miles de alumnos.
No hay tanta anticipación en la película, sino más bien una lectura rigurosa de la secuencia histórica en la que vivimos, en cuanto a la crisis de deuda y a la universidad como moneda de cambio de los proyectos neoliberales. Siempre hubo una tensión con el hecho de que la universidad sea algo popular y también una sensación de amenaza de las élites respecto a las universidades gratuitas y de masas. Es un centro de poder y de conocimiento, y el conocimiento también es poder. Permanentemente, a lo largo de la historia argentina, la universidad vuelve a tener que luchar por su existencia y a ser enemiga de los poderes de turno, como es ahora enemiga natural del partido oscurantista de extrema derecha que gobierna el país.
Tanto el valor de la filosofía como la defensa del pensamiento están en el centro de la película. ¿Creés que “Puan” es una manera de hacerle frente a la proliferación de discursos que cuestionan el rol de las Humanidades y las Ciencias Sociales?
Sí, absolutamente. El ataque a las Humanidades es algo que va a prevalecer por parte del neoliberalismo de extrema derecha, pero que también es transversal. De un tiempo a esta parte se viene relativizando el peso de estas disciplinas. Cada vez que hay que hacer una defensa del CONICET se esgrimen los papers de Biología o de vacunas, que son fantásticos, pero se omite la investigación en Humanidades, como si fuese menos necesaria.
Creo que hay que dar esta discusión con mucha hidalguía. Este grupo de disciplinas se encargan de estudiar el sentido, el para qué y de responder ese tipo de preguntas. Son la otra cara de una moneda sin la cual las ciencias duras no tendrían mucho sentido. Hay una complementariedad entre ambas que sacan adelante una idea de país, pero esa idea termina siendo incompleta sin las Humanidades.
Me parece que no hay que tener ningún pudor en entenderlas como una parte fundamental. Lo mismo con la cultura, no me interesa pensar un país que no tenga su producción cultural, sus consumos culturales masivos y espacios de realización para la ciudadanía. Algo de esta película tiene que ver con eso, con el sentido de la existencia, que es justamente algo central en la Filosofía. Eso aparece mucho de la mano de las Humanidades.
Puan viene siendo proyectada en universidades de todo el país. ¿Qué significa para ustedes tener esta relación tan cercana con la comunidad universitaria?
La película se presentó en universidades de todo el país, en Córdoba, La Rioja, Tierra del Fuego, en el Conurbano, en la Universidad Nacional de San Martín, en la de Tres de Febrero, la UBA. Es un orgullo que la comunidad universitaria haya encontrado una especie de herramienta de debate en la película.
Me atrevo a soñar con que “Puan” es un grano de identidad universitaria. La comunidad universitaria es, a mi criterio, una de las pocas comunidades que pueden mirarse al espejo y decir que engrandecen al proyecto de país, como lo puede hacer también el sector de la cultura y algunos otros. No son muchos los sectores de este país que han sido realmente patriotas en la construcción de una identidad argentina.
¿Cómo ves el panorama actual de la industria audiovisual?
La situación actual es mala por obra de dos motivos. El primero es que todo el panorama productivo, no solo el audiovisual, es muy malo, a excepción de las industrias primarias exportadoras. Lo audiovisual se exporta pero no es primario, es una industria compleja que tiene proveedores, insumos. Se volvió muy caro, lo cual lo hace menos competitivo y las inversiones que conseguimos hace unos años para hacer películas nos rinden menos.
Y, por supuesto, el otro motivo tiene que ver con el congelamiento y pseudo vaciamiento del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), que es una entidad que cumple una función, que creo es muy válida, que es la de fomentar una industria fundamental.
Argentina siempre tuvo una industria audiovisual consolidada, pero hoy eso está en riesgo por una decisión que no es económica, sino más bien política que tiene que ver con suprimir esa dimensión subjetiva e identitaria que el cine puede producir. Hoy muchos pibes y pibas que sueñan con hacer cine no lo van a poder hacer por decisiones del presidente. Se va a volver a algo más elitista y solamente va a poder seguir realizando películas la gente de mucho dinero.
Durante todo un tiempo el fomento hizo que hubiera una gran diversidad audiovisual, me incluyo como parte de ese tiempo en el que el Estado funcionó como un estimulador de vocaciones. Ingresé al cine haciendo un corto a partir del concurso de Historias Breves del INCAA en 2006-2007. Después hice mi primera película con el concurso de Ópera Prima en 2013-2014. Ahora estoy dirigiendo una serie de Netflix y a Puan la compró Amazon Prime después. Todo este salto al mundo de las plataformas, que es venerado, yo se lo debo a las herramientas que me dio el Estado para afianzar mi vocación. Hoy trabajo en producciones que se exportan y, por ejemplo, esta serie que estamos haciendo se va a ver en 190 países. Detrás de esta consolidación de las capacidades para estar en estos lugares está el Estado.
En una entrevista reciente mencionaste que toda mirada es política y que toda película es política. ¿Cómo se define lo político en el cine?
Se define a partir de las decisiones, los temas, los sujetos, los puntos de vista, quién cuenta, cómo se cuenta, qué texto, qué vestuario. Indudablemente, cada decisión estética esconde la reproducción de un mundo político. No estamos hablando de política partidaria, sino de posturas éticas, humanistas o no humanistas frente a la vida. El cine es una especie de recreación de la vida, muchas veces refractada o por medio de procedimientos poéticos, pero sigue siendo una forma de ver la vida y de preguntarse cosas. En ese sentido, las miradas siempre son eminentemente políticas.
¿Creés que en “Puan” uno puede encontrar respuestas para hacerle frente al contexto actual o más bien le deja nuevos interrogantes al espectador?
En “Puan” no hay respuestas, hay preguntas. Eso es lo que quisimos hacer nosotros, preguntarnos cosas. Nos preguntamos si la universidad está llegando a la calle, si se está estudiando el pensamiento en América Latina, si se le da el mismo valor que al pensamiento europeo. También nos invita a preguntarnos qué es un duelo, qué se hace con las tradiciones, si se las reproduce o se las actualiza. A mí me gustan las películas que te dejan más preguntas que respuestas.
Mencionaste que te encontrás dirigiendo una serie para Netflix. ¿Qué otros proyectos personales tenés por delante?
La serie de Netflix es parte del trabajo que hago para vivir. Pero por otro lado tengo un gran proyecto personal que deseo mucho hacer, que consiste en adaptar la novela “Los siete locos”, de Roberto Arlt, pero no sé si lo lograré financiar.
Por último, ¿cuál es tu mirada acerca de las plataformas y los contenidos que circulan en ellas? ¿Sus historias representan nuestra cultura? ¿A qué lógicas responden?
Con las plataformas sucede algo muy parecido con el caso de la televisión y el entretenimiento. Me parece que no llegan a ser escenarios donde circula la cultura. Me parece que el entretenimiento es una cosa, pero no sé si es cultura. Y lo bueno del entretenimiento y las plataformas es que generan trabajo y afianzan a un sector industrial, pero no termina de tener sentido. Todas las plataformas son de capitales norteamericanos y reproducen maneras de ver el mundo que están ligadas a las formas de la economía globalizada y corporativa. Nunca una plataforma hubiera financiado a Puan de manera previa. Después la terminaron comprando porque a la película le fue bien, pero jamás les hubiera interesado a priori.