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Estudiante de Comunicación Social (UNM)

“Durante mucho tiempo todos naturalizamos el abandono”

Cinco años después de la explosión que se llevó la vida de su hermana Sandra y del auxiliar Rubén Rodríguez, Alejandra Calamano reflexiona sobre lo que cambió, y lo que no, en la educación pública. En un contexto de recortes del gobierno de Javier Milei, su testimonio vuelve a interpelar a toda la sociedad.
Alejandra Calamano, durante un acto en homenaje a sui hermana y a Rubén.

Alejandra Calamano no eligió ser una voz pública. Su hermana, Sandra Calamano, era la vicedirectora de la Escuela N.º 49 de Moreno y falleció el 2 de agosto de 2018, junto al auxiliar Rubén Rodríguez, por una explosión de gas que pudo haberse evitado. Desde entonces, Alejandra se convirtió en una referente involuntaria de una lucha que no cesa: justicia, memoria, y condiciones dignas para docentes y estudiantes. Hoy, en medio del ajuste del gobierno de Javier Milei sobre la educación pública, sus palabras cobran aún más sentido. En esta entrevista habla de la sentencia judicial, los cambios reales en las escuelas, el rol del Estado y la importancia de sostener el reclamo colectivo como herramienta de transformación.

—¿Qué significa para vos que Sandra y Rubén se hayan convertido en bandera de la lucha por la educación pública?
 Es un sentimiento difícil de explicar. Por un lado, hay cierto orgullo de que sus nombres estén presentes, de que se los recuerde. Pero por otro lado, hay un sabor muy amargo. Porque ese reconocimiento llegó por una tragedia, por una negligencia del Estado. A Sandra y Rubén se los debería haber reconocido en vida, por su vocación, por el trabajo que hacían todos los días. Lo que más duele es que ese homenaje llegó después de perderlos. Y como ellos, hay tantos docentes, tantos auxiliares, que siguen invisibilizados. Es una mezcla de orgullo y dolor constante.

—¿Creés que hubo algún cambio real después de lo que pasó?
 Sí, en algunos aspectos sí. Por ejemplo, hoy se hacen controles más estrictos en las escuelas: pruebas de hermeticidad, revisiones eléctricas, chequeos de estufas y ventiladores antes de empezar las clases. Eso antes no se hacía, o se hacía muy por encima. Y también creo que cambió la conciencia en la comunidad educativa. Hoy, cuando hay un problema en la escuela, hay más reacción, más acompañamiento. Las familias ya no dejan solos a los docentes, hay una mirada más atenta. Y también los propios trabajadores de la educación están más activos, más organizados. Se perdió un poco ese miedo al reclamo.

¿Cómo era antes? ¿Qué pasaba cuando había un problema en las escuelas?
 Se naturalizaba. Si había una pérdida de gas, si algo no andaba, se intentaba resolver con lo que había. Algún papá o mamá del barrio daba una mano, alguien lo arreglaba como podía. El Estado no estaba, y la comunidad lo suplantaba. Eso era lo más grave: que se aceptaba que las escuelas funcionen así, con parches. Hoy, eso cambió un poco. Hay más conciencia de que hay que reclamar, de que no se puede dejar pasar, de que no hay que resolverlo uno, sino exigir que el Estado lo haga. Pero costó mucho instalar esa idea, sigue costando aún más en este contexto actual.

¿Qué opinás de la sentencia? ¿Sentís que se hizo justicia?
 Es difícil hacerle esa pregunta a un familiar. Justo sería que Sandra y Rubén estén aca. No, no sentimos que haya habido justicia. El gasista fue condenado, sí, y creemos que fue responsable. Pero no fue el único. A él lo autorizaron a trabajar en la escuela sin tener los papeles en regla. Había gente que tenía que controlar, funcionarios que debían garantizar que todo estuviera bien, y no lo hicieron. El Consejo Escolar de Moreno estaba intervenido por la gobernación de Vidal. Y para nosotros, tanto ella como su ministro de Educación, Sánchez Zinny, son responsables. Porque pusieron ahí a Nacif como interventor, pero no cambiaron nada de fondo. Solo cambiaron las personas que cobraban. La estructura siguió igual. No les importaba lo que pasaba dentro de las escuelas.

¿Cómo viviste ese proceso judicial desde tu lugar de hermana?
 Fue muy duro. Muy desgastante. Sentís que tenés que explicar una y otra vez algo que fue evidente,  que hubo abandono, que hubo una cadena de responsabilidades. Y ver cómo algunos responsables zafan, cómo quedan afuera, te da mucha bronca. Es como si todo se redujera a un técnico, a una persona, cuando sabemos que la decisión de quién va a trabajar en una escuela no la toma solo el gasista. Eso es lo más difícil de aceptar. Que la justicia no mire hacia arriba.

¿Cómo vivís los actos y homenajes a Sandra y Rubén? ¿Qué te pasa con eso?
 Por un lado, me emociona ver que no se olvidan. Que hay murales, que hay escuelas que los recuerdan, que sus nombres siguen presentes en cada marcha. Pero por otro lado, me duele. Porque eso significa que ya no están. Que los tenemos que recordar porque los perdimos. Y también siento responsabilidad. Porque cada vez que hablo de esto, lo hago para que no vuelva a pasar. Para que no haya otra familia como la nuestra. Lo hago por ella, pero también por los que siguen enseñando en condiciones que no son seguras.

¿Creés que lo que pasó en 2018 sirvió para generar un cambio profundo?
 Me gustaría pensar que sí, pero no estoy tan segura. Se cambiaron cosas, se hicieron controles, sí. Pero el abandono sigue. Hoy lo estamos viendo de nuevo. El Estado se sigue retirando. Hay escuelas sin gas, sin agua, con techos que se caen. Y eso muestra que no se aprendió todo lo que se debía aprender. A veces siento que la historia vuelve a repetirse. Y eso da miedo.

¿Cómo ves el ajuste actual del gobierno nacional sobre el sistema educativo?
 Con mucha preocupación. Porque no son números. Cuando recortan en educación, no están hablando de estadísticas, están hablando de aulas sin calefacción, de obras que no se terminan, de docentes que cobran sueldos miserables. Todo eso es abandono. Y es el mismo abandono que mató a Sandra y Rubén. Me da bronca. Porque parece que su muerte no sirvió de nada. Y eso es muy doloroso. No podemos volver atrás. No podemos permitir que pase de nuevo.

¿Sentís que hay alguna responsabilidad colectiva en lo que pasó?
 Creo que sí. Porque durante mucho tiempo todos naturalizamos el abandono. Pensábamos que era normal que las cosas no funcionaran, que había que arreglárselas. Y no. No es normal que una escuela se mantenga gracias a los padres o al esfuerzo de los docentes. Eso no tiene que pasar más. Por eso, el cambio también es cultural. Hay que dejar de aceptar lo inaceptable. Y hay que reclamar hasta que las condiciones cambien de verdad.

¿Qué mensaje te gustaría dejarle a quienes hoy trabajan en las escuelas públicas?
 Que no se callen, que reclamen, que no se sientan solos, que se organicen, que se apoyen entre compañeros, que exijan lo que corresponde. Y que cada vez que lo hacen, están honrando a Sandra, a Rubén, y a todos los que luchan por una escuela pública segura y digna. El reclamo colectivo es la única herramienta que tenemos. No hay que aflojar.

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