“Arrancamos con una carretilla, dos picos y dos palas”, cuenta Valeria Benítez, presidenta de la cooperativa Constructores de un Mundo Mejor que, de los 52 miembros que la conforman, 40 son mujeres.
Con más de 15 plazas construidas y refaccionadas, 120 perforaciones de agua y distintos espacios culturales reacondicionados, estas trabajadoras están posicionándose en el mercado de la construcción, aunque no sólo se dedican a eso. Herrería, carpintería, saneamiento, plomería, limpieza y mantenimiento de los espacios verdes son otras de las tareas que desempeñan en todo el territorio morenense.
El 19 de mayo de 2019 dieron comienzo a lo que hoy es una de las asociaciones más importantes de Moreno. La razón de ser de la cooperativa, sin embargo, nació mucho antes. Benítez recuerda los comienzos de la organización en la que, entre vecinos de Puente Roca, se juntaban a recolectar residuos para limpiar un basural que se encontraba en esa zona. En 2014, con el apoyo del Partido Piquetero, conformaron el comedor Virgen de Luján para dar respuesta a las necesidades del barrio.
En 2018 comenzaron a ocuparse de la limpieza de plazas cuyo pago, el Salario Social Complementario, utilizaron para comprar alimentos frescos para el comedor. Para abastecer ese y otros que fueron sumándose, surgió la idea de crear una cooperativa de trabajo.
Conforme iba creciendo el espacio, sus necesidades aumentaron y las mujeres que lo sostenían entendieron que debían cubrir varias disciplinas. Arrancaron con la herrería, y vieron que en la construcción podían tener mayores oportunidades de trabajo. Con mucha constancia, práctica y aprendizaje de los errores, se formaron en albañilería.
“Hay mucho trabajo en construcción. Entonces, dijimos: ¿por qué nosotras no podemos hacerlo? Y lo hicimos”, cuenta Blanca Pimentel, una de las trabajadoras de la cooperativa que se sumó en 2022. Entre los trabajos que realiza, el armado de veredas y plomería es donde más aporta. “Las mujeres demostramos que se puede”, afirma.
Wilma Espínola, quien se sumó junto a Pimentel, reconoce que “no es todo color de rosa”, pero remarca que el trabajo cooperativo, aprender y capacitarse en la práctica con sus compañeros y compañeras, hace de esta actividad una “experiencia única”. Esta forma de organizar la economía presenta una alternativa para aquellas personas que muchas veces quedan por fuera del mercado laboral.
Economía social, conurbano y políticas públicas
“Una característica clave que tienen las economías populares es que el enfoque de género y la participación de las mujeres es predominante”, señala Ruth Muñoz, coordinadora académica de la Maestría en Economía Social de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS). Además, se centran en la “reproducción de la vida, no del capital”, es decir, el bienestar de las personas es más importante que la acumulación de riqueza.
Como señala la magíster en Economía Social de la UNGS, el cooperativismo es “una de las formas centrales que tiene la clase trabajadora para dar una contrarespuesta al sistema económico capitalista, excluyente y autodestructivo en el que vivimos”. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) en 2022, incluso, dio notoriedad y reconoció que las Economías Sociales y Solidarias (ESS) contribuyen “al trabajo decente, a la economía inclusiva y sostenible, y a la justicia social”.
A nivel nacional, Argentina cuenta con el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES) que se encarga de promover, registrar y fiscalizar estas unidades de trabajo; así como también fortalecerlas a partir de capacitaciones. Complementario a esto, “los estados subnacionales, tanto de las provincias como de los municipios, tienen un papel fundamental porque son los que reconocen todas las especificidades en relación al territorio donde se encuentran”, señala Muñoz.
Según el último boletín publicado en el Observatorio del Conurbano Bonaerense, son 19 los municipios que impulsan desde sus gobiernos la institucionalización de estas prácticas que, a menudo, sin el apoyo del Estado no podrían ser posibles. Entre ellos se encuentran Merlo, José C. Paz, Ituzaingó, Quilmes y Tres de Febrero, por mencionar algunos.
Construir un mundo mejor
Si bien el camino no fue fácil, la cooperativa y sus trabajadoras fueron perfeccionando su técnica y actualmente son contratadas tanto por clientes privados como por el sector público. Entre sus logros destacan el haber participado en proyectos como el del Museo Molina Campos, la Plaza Aguaribay y el Plan Mi Baño. “Cada obra tiene su dificultad, pero siempre se van a recordar los buenos momentos”, reflexiona Benítez.
El Museo Molina Campos es de los más recientes. “Todo lo que fue pintura y limpieza lo hicimos nosotras”, afirma la trabajadora Espínola. A lo que su compañera Pimentel agrega: “Da mucha satisfacción que los vecinos y autoridades pasen y te agradezcan por tu trabajo”.
La plaza del barrio Aguaribay, en Francisco Álvarez, también fue todo un acontecimiento. “Ese lugar antes era un basural. Lo que nosotras hicimos fue presentar un proyecto a la provincia que fue aprobado y hoy les dejamos una linda plaza”, comenta la presidenta de la cooperativa y, agrega: “El día de la inauguración, los chicos jugando, son cosas que uno siempre va a recordar”.
Pero, sin lugar a dudas, el Plan Federal Sanitario Mi Baño fue de los que más, en palabras de Benítez, le llegó al corazón. Esta iniciativa fue impulsada desde el anterior Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, en articulación con provincias, municipios y organizaciones sociales, con el fin de “atender las necesidades básicas para el acceso al agua y saneamiento de personas de extrema vulnerabilidad”.
“Hicimos 34 intervenciones a 345 familias. Todos los días conocíamos una historia diferente, su realidad, la necesidad que había. Hicimos 120 perforaciones, entregamos materiales e hicimos algunos baños, según lo que cada casa precisaba”, explica Benítez. Espínola, quien fue una de las que participó en estas obras, declara que fue algo muy lindo y diferente a lo que venían haciendo.
“Saber que pudimos cambiar la situación de esas familias, ver lo contentas que quedaron, es algo que te llega al corazón”, reconoce Benítez y destaca que esos son los verdaderos logros que merecen ser contados, los que vienen de la mano de las cooperativas que generan cambios no sólo en la vida de los que forman parte de ella, sino también en la comunidad.
El trabajo como herramienta emancipadora
La cooperativa significa mucho para las mujeres que la integran, no solo por todo lo que han aprendido, trabajado y crecido, sino también porque les permitió independizarse económicamente de sus parejas, que muchas veces ejercían violencia sobre ellas. El objetivo inicial de Constructores de un Mundo Mejor, además de cubrir los gastos de los comedores populares, fue ser el medio por el cual las trabajadoras generaran un ingreso que les diera la posibilidad de sostener a su familia por sí mismas.
Los trabajos habituales de estas mujeres implicaban tareas de cuidado y de limpieza que suelen ser por fuera de la zona oeste del conurbano bonaerense, por lo que la distancia y horas de viaje son mayores. Esta particularidad significaba un problema para ellas porque muchas veces padecían situaciones de violencia sólo por pasar mucho tiempo fuera de sus hogares para traer un ingreso más. Trabajar entre vecinas les brinda la posibilidad de estar más cerca de sus casas, acompañarse y, sobre todo, ser más independientes.
“Lo que trajo la cooperativa fue un trabajo estable. La posibilidad de salir a las 7 de la mañana y a las 5 de la tarde estar de vuelta en tu casa. Es lo que hace que nuestras compañeras digan: ‘che, yo con este sueldo no necesito de un hombre, me puedo pagar un alquiler o un terreno, y voy a poder solventar los gastos de la casa y de mis hijos’. Es un cambio muy grande”, declara la presidenta de la cooperativa.
Aprender un oficio de cero, ser constante y apoyarse entre compañeras y compañeros de trabajo, fue lo que hizo que muchas mujeres hoy experimenten un cambio favorable en sus vidas. Además, un Estado presente, que atiende las necesidades de la población e implementa políticas públicas a su favor, con una visión de la economía centrada en el bienestar de sus miembros y no en la acumulación de capital, hacen que esto sea posible.
“¿Quién iba a pensar que unas mamás que iban a un comedor, a limpiar el basural del Reconquista, iban a formar una cooperativa de trabajo? Lo pudimos lograr porque hubo gente que confió en que nosotras podíamos hacerlo”, concluye Benítez.