Hay quienes dicen que la historia argentina es cíclica. En 2024, todavía retumban las cacerolas de los 90 y los 2000. Las políticas neoliberales que acompaña al gobierno actual, incrementaron la polarización, la exclusión y la fragmentación social. Como en aquellos años, la Argentina se ve envuelta en una crisis con precedentes. La pobreza y desocupación en 2001 se convirtió en una olla a presión que explotó con lo que conocemos como la peor crisis económica, política, social y cultural que cobró la vida de varios compatriotas. En este sentido, la socióloga Denisse Osswald explica el rol los imaginarios culturales en aquellos tiempos “surgió un creciente proceso de asociación civil, con la creación de cooperativas de trabajo, centros culturales barriales y organizaciones civiles que promovieron nuevos espacios de participación y acciones culturales”.
La resistencia cultural se convierte, una vez más, en una fuente de esperanza para una sociedad diezmada. Y vuelve a presentarse como espacio de reunión y reflexión. En las comunidades, los artistas y las expresiones populares tienen un rol central, son quienes mantienen viva la cultura. En 2001, a pesar de todo, el país cantaba, escribía, participaba en festivales y creaba actividades culturales para no perder lo más preciado: la cercanía y el compañerismo. Los centros culturales como apoyo emocional en tiempos de incertidumbre: hoy, vuelven a hacerlo.
Frente a la ola de conflictos, los centros culturales enfrentan nuevas dificultades. Sin embargo, Luis Sanjurjo,investigador y profesor de Políticas Culturales en la Carrera de Comunicación de la Universidad de Buenos Aires (UBA), resalta que es una situación diferente a los años 90 y los 2000: “Hoy es un escenario parecido, pero al revés, en términos de signos políticos. Antes no existían, pero hoy están presentes los movimientos sociales, que se han institucionalizado y han desarrollado una capacidad organizativa dentro de una lógica incluso sindical que es bien diferente a la que podíamos identificar en aquel entonces”, dice y añade que “los procesos de degradación de la calidad de vida de nuestro pueblo son muy diferentes, los efectos son parecidos, pero son muy distintos los dispositivos a través de los cuales se está pauperizando la capacidad adquisitiva de nuestro pueblo”.
El motor del país, la cultura popular
Francisco Rabán, integrante de la Biblioteca Popular y Asociación Cultural “Florentino Ameghino” de Luján, reflexiona: “La cultura constituye la fuerza viva, creativa y colectiva del país; aporta sentido y contenido a las prácticas sociales y a las obras materiales y simbólicas que se construyen. Ofrece un amplio abanico de posibilidades y capacidades para impulsar la transformación integral de la sociedad”.
Entre bombos y platillos, la voz del pueblo no deja de sonar. El teórico de la comunicación, Jesús Martín-Barbero, describe a la cultura popular como un conflicto. Como una mezcla de choque y diálogo, entre lo oral y escrito. “Lo popular constituye una cultura en su sentido más fuerte, esto es, concepción del mundo y de la vida contrapuesta a las «concepciones oficiales» y a las de los «sectores cultos»”. La cultura popular es fragmentaria, lo contrario a la hegemónica porque se adapta a los cambios y sobrevive como fermento de las transformaciones sociales. Su valor se encuentra en la significación y vigencia social.
Según las investigadoras de CONICET María Soledad Segura y Ana Valeria Prato en un capítulo del libro Estado, sociedad civil y políticas culturales la cultura desempeña un papel crucial en las disputas políticas ya que abarca no solo las artes y los bienes y servicios e industrias culturales, sino también una amplia gama de fenómenos sociales significativos. “Las significaciones compartidas hacen posible la vida social, dan identidad a un grupo humano y permiten comunicarse, interactuar, apreciar y predecir las conductas de los otros, y están vinculadas a las prácticas cotidianas y a los procesos creativos de trabajo. La cultura contribuye así a cambiar hábitos arraigados, influir en los modos de percibir la realidad y en los modos de relacionarse con los otros”.
El semillero de la comunidad
En el 2006, se creó el Sistema de Información Cultural de la Argentina (SINCA), su misión se basa en recopilar datos para realizar estadísticas sobre diferentes temáticas culturales del país. El último informe del año 2017 muestra que hasta esa fecha existían casi 6000 organizaciones inscriptas como asociaciones civiles con un perfil sociocultural específico a lo largo y ancho del territorio nacional, de las cuales 1577 eran centros culturales.
En 2021, desde Datos Argentina, se realizó un censo de espacios culturales de todo el país. A partir de este recurso, se conoce que en Buenos Aires están registrados más de 600 centros culturales hasta septiembre de 2022. Esta información aún no volvió a ser actualizada. Por otro lado, la encuesta de Cultura Comunitaria detalla que casi el 8% de los habitantes de PBA concurre regularmente a talleres artísticos en espacios comunitarios y el 10% forma parte de algún grupo de producción cultural.
Además, la Encuesta Nacional de Consumos Culturales del año 2013 al 2023, muestra que, en ese último año, casi cuatro de cada 10 personas participan en espacios u organizaciones de cultura comunitarias. Lo que significa que esta práctica aumentó 7 puntos porcentuales con respecto a 2017. Si bien la mayoría sólo asiste a actividades puntuales, también hay quienes se desempeñan como colaboradores/as voluntarios/as, son dirigentes/as o profesores/as de las actividades ofrecidas en los espacios.
Soledad Márquez, coordinadora del Centro Cultural Chichilo, ubicado en Moreno Norte comenta que los inicios de los talleres en el espacio fueron paulatinos: “Era todo entre nosotras, las vecinas del barrio. Decíamos: “Yo sé tejer”, “yo puedo dar apoyo escolar los viernes” y así fuimos armando los talleres de a poquito. Una sabía enseñar a los niños, otra sabía dar talleres de dibujo, otras sabían hacer uñas, otras sabían cortar el pelo y realizábamos jornadas solidarias de corte para niños. Así fuimos sumando todo tipo de talleres, hasta que empezamos a articular con el Municipio, que ellos nos empezaron a bajar profesionales con experiencia para dar talleres con certificado”.
Moreno es la última ciudad del cordón del conurbano. En su centro, las calles se encuentran repletas de personas, los colectivos colmados de pasajeros. Pero eso no es todo, en su interior, están los barrios que no son tan conocidos, pero sí habitados. Entre calles de tierra, Gabriel Acosta se dirige en bicicleta al próximo centro cultural para dar su taller de dibujo e historieta. “Es importantísimo que existan estos espacios culturales de manera descentralizada. Primero porque la gran mayoría de personas no puede viajar a zonas céntricas para participar de talleres. Y segundo, porque no se trata de llevar el arte o la cultura desde el centro a los barrios, sino que los barrios tienen también su propia cultura y uno de mis propósitos es potenciar eso”, expresa el tallerista de 32 años.
A través de los espacios culturales, se crean nuevas redes, se desarrollan proyectos en comunidad, se buscan soluciones y nuevos encuentros. Flavia Conill y Marta Beatriz Mamani son formadoras de cultura y al respecto exponen: “Una auténtica democratización de la cultura implica instrumentar estrategias que permitan un acceso equitativo al conocimiento y a la comprensión de un pasado que se hace presente con la difusión crítica de la memoria colectiva. Según Carretero, “este acceso se facilita por medio de acciones culturales y experiencias pedagógicas de calidad”. Estas experiencias pueden ser actividades, eventos y encuentros en lugares cercanos, donde se genera un sentido de pertenencia e identidad.
En las afueras del conurbano, Juan Franco “Juanfi” Ingiullo, miembro fundador del Centro Cultural y Social “José Gervasio Artigas” de Luján cuenta: “Al principio Artigas estuvo ligado a que muchos pibes de los barrios vengan, porque también la impronta nuestra era eso, hacer actividades, los chicos y chicas venían, tocaban o exponían. Hasta que empieza a tener densidad el espacio, empieza a dialogar con otros sujetos, con otros actores, que también te da la posibilidad de estar en el centro. No por nada también elegimos este lugar en ese momento, con los colectivos tan cerca, para que pueda venir mucha gente, no solo de los barrios, sino también de la localidad o de municipios cercanos”.
Este lugar, con sus paredes coloridas y puertas abiertas, tiene algo especial porque mezcla la cultura popular con la militancia, la política, la reflexión y el cambio social. Los integrantes toman a la cultura y la educación como pilares transformadores de la sociedad. Juan Ingiullo continúa: “El espacio fue creciendo, y también el grupo que impulsaba fue aprendiendo cosas, pasamos a hacer actividades recontra masivas y abiertas, y después capaz que hacíamos talleres gratuitos, a la gorra o con precios populares. Fuimos aprendiendo sobre la práctica y sumando cada vez más gente. Siempre intentando relacionarse mucho con la juventud y con los sectores populares. Eso es como nuestra guía, y en el medio, dialogando y construyendo con un montón de compañeros y compañeras desde cualquier forma de arte, desde la política, la producción de comida o producción cooperativa, dando debates culturales en un sentido amplio”.
Sol Parra, referente del espacio añade: “También, salíamos por los barrios a hacer intervenciones artísticas. O actividades culturales de índoles variadas, desde variete a musicales, me acuerdo de las liturgias. Bueno, después atravesamos momentos en los que necesitábamos tener otras discusiones acerca de lo cultural. Porque lo cultural no es solamente lo artístico, hay un montón de cuestiones culturales que tienen que ver con la política quizá, y nos pusimos a pensar en estas cuestiones de las formas de producción y las formas de comercialización”. De esta forma, entre debates y reflexiones abrieron un espacio de comercialización justa, con productos cooperativos y agroecológicos.
A pocas cuadras del Centro Cultural Artigas, en la Biblioteca Popular y Asociación Cultural “Florentino Ameghino” Francisco Rabán agrega: “nosotros hemos implementado algunas estrategias para promover la participación, como talleres gratuitos para que participe toda la comunidad. Hace poco, hicimos “El taller de la memoria” allí se desarrollaron diversas actividades, juegos y ejercicios con el objetivo de favorecer el mantenimiento de las funciones cognitivas. Fue una invitación para los adultos a partir de 60 años”. También, implementaron otros talleres gratuitos para los socios de la biblioteca como el de macramé decorativo, crochet, escritura dramática, entre otros.
La crisis alcanza a cualquiera
Márquez comenta que tiene complicaciones para poder pagar los servicios del Centro Cultural Chichilo como la luz, el agua o el internet. Además, explica: “La crisis a nosotros nos impacta porque el Municipio nos da muy poco. Entonces tenemos un equipo de compañeras que lleva adelante la tarea de producción de pizzetas, panqueques y eso es lo que vendemos. Compramos verduras y cosas que nos hacen falta como papel higiénico o servilletas”. También comenta que, en 2023, cuando comenzaron a realizar almuerzos solidarios, eran 50 familias inscriptas para recibir su plato de comida caliente, pero, actualmente, el número aumentó a 99 familias que sufren muchísimas carencias.
Por su parte, Francisco Rabán, de la Asociación Florentino Ameghino, relata que su principal desafío es mantener abierta la biblioteca. “Es difícil poder llegar a pagar todo lo que hay que pagar. Y, también algo que queremos resaltar es que es importante satisfacer a los usuarios en sus demandas, que para eso también se necesita presupuesto. Nosotros entendemos que es una situación complicada y valoramos mucho a nuestros socios”, agrega. Una situación similar le ocurre a Sol Parra, en el Artigas: “Un poco tiene que ver con eso, con reinventarse y buscarle la vuelta porque tenemos que subsistir. Hay algo de razón y de fuerza, tenemos un montón de razones súper específicas que plantean, si no existe este espacio no hay otro”.
Para Gabriel Acosta, tallerista que concurre a diferentes centros, la situación actual es crítica. “Lamentablemente veo complicado el futuro de los centros culturales, la crisis que estamos sufriendo influye mucho en la necesidad de la gente que participa y también en la gente que mantiene estos espacios. La batalla cultural que se está atravesando es muy fuerte. Por temas económicos es muy difícil sostener los espacios. Me gustaría que se ponga más presupuesto en cultura y que se valorice como se debe”.
Las políticas culturales también las crea el pueblo
El panorama cultural, al igual que en los 90, se ve profundamente transformado por un modelo que prioriza la lógica del mercado sobre la construcción de un tejido cultural inclusivo y participativo, remarca María Paula Pino Villar en su artículo sobre políticas culturales durante la democracia neoliberal.
Segura y Prato afirman que las políticas culturales “no son sólo estatales. También las constituyen las intervenciones realizadas por los organismos intergubernamentales, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población y obtener un consenso para un tipo de orden o de transformación social”.
Al mismo tiempo, Sanjurjo refuerza esta idea reflejada en el contexto cultural actual: “Me parece que si hablamos de políticas públicas para el sector de la cultura y políticas culturales promovidas por el Estado, en la actualidad se debería hablar de las iniciativas diseñadas también por las organizaciones de la sociedad, de cooperativas y asociaciones civiles que representan intereses sectoriales. Lo más importante en este sentido es la organización, promover el encuentro, el fortalecimiento de redes que permitan transferir experiencias y fortalecer competencias de gestión”.
La apuesta por el cambio social
Hoy, las propuestas del gobierno de Javier Milei apuntan al congelamiento de los presupuestos de las instituciones culturales públicas centrales del país. En junio, la Cámara de Diputados aprobó la Ley Bases y la Cultura se vio seriamente afectada. En el texto final los organismos de la cultura quedan excluidos de una posible disolución, pero el Poder Ejecutivo puede modificar, eliminar competencias, funciones o responsabilidades a la vez que puede reorganizar, modificar, transformar su estructura jurídica. También queda habilitado para ejecutar la “centralización, fusión, escisión, disolución total o parcial, o transferencia a las provincias o a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, previo acuerdo que garantice la debida asignación de recursos”.
En este contexto crítico, los espacios culturales autogestivos se transforman en pilares en las comunidades, no solo en Luján o Moreno, sino en todo el país. Viviana Seewald, es psicóloga social, creó el Centro Psicosocial “Crecer” en el barrio Cuartel V de Moreno. Para ella, los centros culturales en los barrios suelen estar directamente relacionados con merenderos. Algunos de los espacios aparecen en épocas de crisis para cubrir necesidades alimenticias y desde ahí comienzan a generar diferentes actividades culturales con la idea de satisfacer otras falencias a nivel socio comunitario. Como apoyo escolar, talleres para adultos mayores, talleres lúdicos o de salud, folclore no solo nacional, sino también de nacionalidades presentes en la población más cercana a estos centros. Viviana declara: “Los centros culturales van más allá de la cultura, generan un espacio donde se acompañan en muchos casos situaciones de vulnerabilidad graves, casos de violencia, abusos, e indigencia”.
Las personas que más entienden esto, son quienes están detrás de los espacios culturales. Antonio Hayden, estudiante y militante del Artigas explica: “Esto es más que un espacio cultural, también es un espacio de contención, sobre todo para la juventud”. Además, asegura que el Artigas funciona como una vidriera para visibilizar las acciones en los barrios y traer a las periferias al centro de Luján para que puedan formar parte de la vida cultural. “Muchas veces quedan afuera en todos los aspectos, económico, social, político y también cultural. Pero una forma de integrarlo es esta”.
“Es una especie de válvula de escape para contener, para trabajar y para promover la organización en esos sectores que quedaban por fuera de la política pública y del quehacer en términos más generales”, reflexiona Juan Ingiullo, referente del mismo centro. Entre mate y mate su compañera, Sol Parra, refuerza: “Nosotros creemos que en los espacios como este y en los lugares de encuentro. Se prefigura un tipo de vínculo entre espacios donde necesariamente te vinculás desde un lugar solidario. Eso es lo que nosotros intentamos construir, donde se dispute el sentido de la comunidad, ¿no?, donde se cree la comunidad, que es la única forma, nadie se salva solo sin comunidad, sin el apoyo, sin la solidaridad de quienes te rodean, es imposible. Entonces, creemos que la cultura es una herramienta para construir esos vínculos diferentes”.