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Estudiante de Comunicación Social (UNM)

La carne es un pecado: costumbres nuevas y bolsillos flacos

Precios caros y cambios de hábitos golpearon el consumo de carne en Argentina. Un carnicero, un cliente y el dueño de un restaurante dan su testimonio.
“Antes la gente venía y pedía un kilo de asado o de vacío, sin mirar el precio. Ahora preguntan cuánto les alcanza con lo que tienen o buscan llevar solo lo necesario”, dice el carnicero Marcelo Rodríguez. de Moreno.

El consumo de carnes en Argentina refleja mucho más que hábitos alimenticios: es un espejo de la cultura, la economía y la identidad nacional. Durante años, la carne dominó la mesa, presente en asados, milanesas y empanadas, consolidándose como un símbolo de la tradición culinaria del país. Sin embargo, en los últimos tiempos, se observa un cambio silencioso pero profundo que comienza a modificar estas costumbres y abre un nuevo panorama para productores, comerciantes y consumidores.

Según la Cámara de la Industria y el Comercio de Carnes (CICCRA) el consumo de carne vacuna en Argentina promedia los 44 kilos por habitante al año, uno de los niveles más bajos de las últimas décadas. En 2013, esa cifra superaba los 60 kilos. En el mismo período, el consumo de pollo subió a 46 kilos por persona y el de cerdo a casi 20 kilos, lo que muestra una sustitución clara impulsada por el precio y la disponibilidad.

“La gente compra lo justo, nada más”


Marcelo Rodríguez es carnicero en Moreno y tiene dos locales, uno de ellos dentro de un supermercado chino. Con diez años de experiencia, nota el cambio todos los días. “Antes la gente venía y pedía un kilo de asado o de vacío, sin mirar el precio. Ahora preguntan cuánto les alcanza con lo que tienen o buscan llevar solo lo necesario para unos días”, cuenta mientras acomoda la carne en el mostrador.

Según explica, los cortes más caros perdieron protagonismo, mientras que los más rendidores, como la carne picada, la falda o el espinazo, se convirtieron en los más buscados. Comparando con el año pasado, asegura: “Antes se vendía casi todo, ahora la gente compra menos cantidad de cada corte y se fija más en el precio”. Para contrarrestar la caída, Rodriguez armó promociones y paquetes económicos de tres o cuatro kilos con distintos cortes, pensados para que la familia pueda cocinar varios días sin gastar demasiado. “Así la gente puede seguir comprando carne sin quedarse sin nada, y a nosotros nos ayuda a mantener algo de movimiento en el local”, dice.

En los barrios, la situación se refleja en la vida cotidiana. Nicolás Chiaponni, vecino de Merlo, cuenta que en su casa tuvieron que reorganizar el menú familiar. “Antes compraba carne más seguido y podía llevar asado, bife de chorizo o algún corte para hacer milanesas. Ahora parece que soy vegetariano obligado. Es difícil darse un gusto, dos kilos de milanesa de pollo te salen 10 lucas y duran un montón, entonces te tirás a otra opción más barata o rápida”, relata.

Según Nicolás, los domingos ya no son necesariamente sinónimo de asado, lo que muestra que hasta las tradiciones más arraigadas pueden adaptarse a nuevas realidades. “A veces hacemos pizza o empanadas, y el asado queda para cuando se puede. No se trata de dejar de comer carne, sino de hacerla rendir más”, explica.


El consumo de carne en Argentina hoy no puede analizarse sin tener en cuenta la realidad económica que atraviesan las familias. Con los precios en constante aumento, muchos optan por alternativas más accesibles, como el pollo y el cerdo, mientras reservan los cortes tradicionales para momentos especiales. Este cambio refleja cómo la dieta cotidiana se adapta a la economía, sin resignar proteínas ni sabor.

La mirada desde el restaurante

Federico Pérez tiene un restaurante llamado “La Cholita” en el centro de Moreno y asegura que los hábitos de los comensales cambiaron mucho en los últimos años. “Hoy es atípico que alguien pida platos con carne. Antes la parrillada o el bife eran los más elegidos, ahora son la minoría. Cada vez son menos los que vienen a comer un corte de carne, y eso se nota ya hace bastante”, explica.

El dueño también observa un cambio generacional: “Los más jóvenes vienen más relajados, piden unas papas, una cerveza o una pizza para compartir. Ya no se sientan a comer un plato fuerte como antes. Es otra costumbre, otro ritmo”, agrega Pérez.

Además, comenta que la demanda lo obligó a adaptar la carta. “Cada vez hay más gente que elige no comer carne, ya sea por precio o por decisión personal. Tuvimos que incluir opciones vegetarianas y veganas porque si no perdíamos clientes. Por suerte, salir a comer sigue siendo algo tradicional, pero la parrillada para dos, que antes era un clásico, hoy la pedís y te sobran dedos para contar cuántas salen en una noche”, concluye.

Sin duda, el consumo de carne en Argentina atraviesa un proceso de transformación que refleja tanto la realidad económica como los cambios en los hábitos de alimentación. El tradicional protagonismo de los cortes clásicos convive hoy con una mayor diversidad de opciones, impulsada por la búsqueda de alternativas más accesibles y por una mayor apertura a probar distintos tipos de carne.

En ese sentido, las nuevas generaciones reducen su consumo o eligen preparaciones distintas, mientras que muchas familias priorizan mantener una dieta equilibrada sin exceder el presupuesto familiar. Esta transformación se refleja tanto en la elección de platos más accesibles en el hogar como en la adaptación de los comercios gastronómicos. Tanto los consumidores como los comerciantes coinciden en que la búsqueda de cortes alternativos y las promociones parecen ser la clave para enfrentar la caída en el consumo, sin perder la presencia de la carne en la mesa argentina.

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