
El periodismo atraviesa transformaciones constantes: por caso, la automatización de procesos, la exigencia de inmediatez y el rol de las plataformas que organizan la circulación de la información. En ese marco, la inteligencia artificial (IA) se consolida como una herramienta que interpela no solo las rutinas periodísticas, sino también el sentido mismo del oficio.
En medios de gran circulación, la IA se volvió parte del ecosistema. Brian Quiña, desarrollador de audiencias en Better Collective, explica que “herramientas como ChatGPT, Cloud o Marfeel Copilot se utilizan para tareas como la creación de reportes, titular, armar posteos en redes sociales o producir contenido evergreen, pero no para crear artículos”. Además, señala que la IA puede agilizar procesos y liberar tiempo para tareas más complejas. Sin embargo, advierte que hay que marcar límites éticos: “Jamás usaría una IA para notas con temas sensibles como la salud o economía. Siempre tiene que intervenir un periodista que revise, ajuste y decida qué se publica”, afirma.
En esta línea, Bettina Trillaud, ejecutiva de prensa en la agencia de comunicación A-TRAIN, destaca que la inteligencia artificial puede ser útil para “superar la hoja en blanco, que es una de las barreras más difíciles de pasar al iniciar una redacción. También a ver otros puntos de vista para el mismo contenido y tomar decisiones rápidas en este sentido”. Pero aclara que no reemplaza la mirada profesional. Para ella, más que una amenaza, esta tecnología es parte de una transformación que obliga a repensar los propios límites del oficio: “El periodista que cree que un chatbot lo va a reemplazar, es el que se olvidó de que se trata la profesión que eligió”, declara.
La pregunta, entonces, no es si se debe usar IA, sino cómo, cuándo y para qué. “No se trata solo de usar IA para titular y generar más clics o para generar contenido automatizado. También hay que cuestionar cuán transparente es el medio: por ejemplo, si la audiencia sabe que un contenido fue generado por una IA o no, y si el medio es claro al respecto”, advierte Bruno Massare, director de la Agencia TSS (la agencia de noticias de ciencia y tecnología de la UNSAM) y docente de la Universidad Nacional de Moreno.
Así mismo, subraya que no solo cambió la producción de noticias, sino también su consumo: “Los medios ya usan IA, pero las personas también se informan a través de bots o aplicaciones basadas en IA”, remarca. Esta falta de claridad en la elaboración como en la recepción puede favorecer a escenarios de desinformación, sobre todo si no hay supervisión humana ni criterios éticos definidos. “Es necesaria la supervisión humana de los contenidos generados con estas herramientas, tener responsabilidad y establecer normas éticas en su uso para quienes son propietario o quienes trabajan en los medios”, asegura.
“Estamos viendo sitios enteros creados con contenido falso generado por IA, optimizados para viralizarse y engañar a los algoritmos de recomendación”, advierte por su parte Adrián Pino, periodista e investigador especializado en desinformación. Desde su experiencia también reconoce un fenómeno más silencioso, pero igual de peligroso: el LLM Grooming, este consiste en “inyectar información falsa o contradictoria en distintos sitios webs creados con inteligencia artificial, para contaminar los datos con los que se entrenan los modelos más utilizados”.
Para Pino, coordinador del Proyecto Desconfío, este tipo de dinámicas no solo afectan la calidad de lo que circula, sino que debilitan la capacidad de las audiencias para distinguir entre lo confiable y lo manipulado. “El contenido circula a pesar de detectar que hay inconsistencias. Por esto el periodismo tiene el desafío de entrenarse en estas habilidades, en aprender qué herramientas se pueden usar para detectar contenido generado con IA. Y, por su puesto, tomarse algo más de tiempo para verificar antes de distribuir, publicar o comentar algún contenido de este tipo”, expresa.
Ese desafío de verificar antes de publicar choca muchas veces con una lógica acelerada que atraviesa al periodismo digital. Matías Enríquez, redactor del diario Perfil, advierte que los principales cambios en el oficio están ligados a una “crisis de credibilidad del periodismo que viene en aumento”. Para él, el predominio de la inmediatez por sobre la veracidad y la responsabilidad profesional ha abierto la puesta a una circulación cada vez mayor de desinformación.
Enríquez observa que el periodismo se volvió cada vez más reactivo a lo que circula en redes y que empieza configurarse una práctica on demand, donde las redacciones responden a lo que los algoritmos imponen como tendencia. “Existe una devoción por el clickbait y la presión que ejercen los algoritmos, tanto sobre las empresas periodísticas como sobre las audiencias, ha impactado negativamente en el ejercicio de la profesión”, sostiene.
Más allá del impacto en las rutinas de producción o en la circulación de contenidos, las transformaciones que impone la IA también modifican el modo en que se concibe la profesión. Quiña señala que, aunque la IA todavía no reemplaza al periodista, sí obliga a redefinir qué se espera de rol: “El periodista tiene que aprender a trabajar con la herramienta, no contra ella. Hay que usarla a favor de la audiencia y no del sistema que prioriza la cantidad sobre la calidad”, dice. En este sentido, integrarla de forma consciente también significa cuidar lo que se publica, sin dejar que las plataformas decidan todo.
Desde distintas iniciativas ya se están impulsando espacios de formación y análisis colectivo frente a estos cambios. Proyecto Desconfío, por ejemplo, capacita a periodistas en herramientas de verificación, en el uso responsable de la IA y también promueve instancias de reflexión conjunta sobre los desafíos del nuevo ecosistema informativo. El próximo 17 y 18 de septiembre organizará una nueva edición de la Cumbre Global sobre Desinformación, un evento online y gratuito, donde se debatirá cómo los modelos de inteligencia artificial están transformando el acceso a la información. Más información en https://cumbredesinformacion.com/
Quienes hoy trabajan en redacciones, investigan el fenómeno o forman a nuevos periodistas coinciden en que el futuro del periodismo no depende de cuánto se automatiza, sino de cuánto se preserva su compromiso con el conocimiento y el servicio público. Como dijo Pino, el problema no es que la IA exista, sino que se la use sin criterio. Y como advirtió Trillaud: “Cualquiera puede usar el chat, pero no todos pueden ser periodistas, y eso seguirá siendo así, los que queden afuera serán los que pierdan de foco la importancia de hacer su trabajo con rigor”, concluye.