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Estudiante de Comunicación Social (UNM)

“Las publicidades trascienden sus simples 30 segundos de duración y pasan a formar parte de la vida de la gente”

Raúl Manrupe dedica su vida a investigar, rescatar, poner en valor y difundir el cine publicitario y también la animación. En esta entrevista habla de la historia de la publicidad audiovisual, de la endémica pérdida de archivos en Argentina y de los tesoros que pueden hallarse en instituciones como el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, donde trabaja.
Imagen de la modelo Claudia Sanchez en una publicidad de cigarrillos.

Además de Licenciado en Publicidad, Raúl Manrupe es un notable investigador del cine argentino. Ha escrito sobre el cine animado en Breve historia del dibujo animado en la Argentina y sobre la publicidad en Vamos a una pausa: La publicidad en la televisión argentina 1951-1960. Es coautor, junto a Alejandra Portela, de Un diccionario de films argentinos, tomos I, II y III, indispensable enciclopedia para el estudio de nuestra cinematografía. Realiza visitas guiadas en el museo de los viejos estudios Lumiton, ubicado en Munro, y también trabaja en la cineteca del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken, en donde es encargado del área de publicidad. Allí programa ciclos de cine publicitario, en los que aquellos films perdidos, que habían sido pensados para las masas, vuelven a cobrar vida luego de varias décadas.

¿De dónde proviene el acervo que investigás y curás en el Museo del Cine?

Hay de todo. Viene de distintas colecciones y donaciones que nos realizan. Por lo general, suele venir de productoras o de canales de televisión. A veces, aparece algún rollito de publicidades perdido, a modo de descarte dentro de otras colecciones. La otra vez nos llegó de un extrabajador de Coca-Cola todo un reel de comerciales de los años ‘60 en 16mm. Y hace poco recibimos los archivos de Nono Pugliese, que hacía las películas de los cigarrillos L&M junto a la modelo Claudia Sánchez, quien era también su esposa. Al provenir de una productora, está bastante ordenado, pues lo guardaban con especial prolijidad por si llegado el caso al año siguiente podía volver a salir al aire.

Respecto a la parte de animación, lo mismo. Proviene de colecciones, como la de Oscar Desplats, que era un gran animador y productor pionero del cine publicitario animado. Otro material viene de laboratorios como Alex o Cinecolor, o de estudios como Cinepa, dedicados a los cortos de animación.

Mucho material se encuentra desaparecido, como es el caso de los primeros largometrajes de animación “El apóstol” y “Peludópolis”, del caricaturista Quirino Cristiani, ¿cómo se perdieron la mayoría de estos archivos?

Un poco de descuido. Hubo algunos incendios en los laboratorios, inundaciones, también hubo bohemia o despreocupación (muchos films fueron reciclados para la utilización del celuloide en la fabricación de peines). Somos un país bastante preocupado por el tema de la memoria, pero también, quizás por ser un país joven, no se pensó lo suficiente en el pasado y por eso se perdieron muchos archivos, como los de la televisión. En el caso puntual de los films animados, Cristiani era bastante colgado (su archivo personal sufrió dos incendios).

¿Qué se dio para que en Argentina se hicieran las primeras películas animadas de la historia?

Acá hay una gran tradición con la caricatura, el papel impreso y el humor político, que viene desde principios del siglo XIX o incluso antes. Así se explica cómo Quirino Cristiani fue ese pionero que terminó produciendo no solo el primer largometraje de animación, “El apóstol” (1917), sino también el primero sonoro, cómo lo fue “Peludópolis” (1931). Siempre existió la posibilidad de decir “nosotros también lo podemos hacer”, y surgieron esas ideas para realizar, de una manera bastante esforzada y con siluetas de cartón, los famosos dibujos animados de Cristiani. Federico Valle, famoso realizador de noticieros, lo apoyaba. Y se la jugaban, porque tenían el sentido de invertir lo que ganaban en algún proyecto artístico. Las películas de Cristiani no eran algo meramente artesanal (a pesar de estar compuestas por decenas de miles de dibujos realizados a mano), sino que estaban hechas de una manera industrial, con multicopiado, y que se veían en todo el país. Siempre digo que debe haber alguna copia de esas películas todavía por ahí dando vueltas.

El trabajo que ustedes hacen tiene muchas veces esto de rastrear en lugares insólitos.

Se trata de estar atento, con las antenas paradas. Muchas veces sin buscarlo aparece algo o te pasan el dato: “Mirá, tiraron tal cosa en tal lado”, “Hay un contenedor en un lugar con material valioso”, etc. Es el trabajo del investigador, sea el ítem que sea. Hace poco encontramos en Mercado Libre un corto de Quirino Cristiani, “Entre pitos y flautas”, que estuvo perdido durante 80 años. Como el Museo del Cine no tiene un presupuesto para comprar, Alejandra Portela adquirió las latas rápidamente. Hoy, por suerte, está resguardado en la Cineteca Vida (recientemente trasladada a Avellaneda, tras la muerte de su fundador Hayrabet Alacahan), porque lo pudo haber comprado alguien cualquiera y después no lo ves nunca más. Hay muchos coleccionistas que tienen material y no lo difunden.

¿Cómo eligen qué material priorizar para su conservación?

Tenemos en cuenta el estado en el que se encuentra, pero sobre todo su relevancia: si la dirigió un director o participó una personalidad conocida, sus valores estéticos o técnicos. También por su valor anecdótico o histórico. Si aparece una publicidad de cigarrillos Le Mans y al final aparece un cartel que dice “Precio: un austral”, eso es relevante y hasta divertido, porque te está dando información de otra época.

¿Qué vínculos existen entre el mundo del cine y de la publicidad?

Hay tres tipos de directores o directoras. Por un lado, quienes comenzaron en la publicidad y después se dedicaron a hacer películas de largometraje. Por otro, quienes ya habían hecho películas de largometraje y hacen a su vez publicidad, como Santiago Mitre. Y por último están los que se dedicaban exclusivamente a la publicidad, que se quedaron ahí porque les redituaba más, pero por ahí no tenían interés de hacer nada “artístico” más allá de los cortos publicitarios. Esta actividad siempre fue una parte importante de la industria en nuestro país. Cuando no se filmaban tantas películas por año, servía para mantenerla, ya sea por el dinero que generaba, por la capacitación técnica, por la posibilidad de experimentar cosas nuevas, o por el simple mantenerse ágiles trabajando. Incluso, en determinadas épocas, se hacían los comerciales para otros países de Sudamérica acá, con directores, personal técnico y artístico argentino, así que es algo reconocido mundialmente.

¿Qué directores famosos han hecho publicidad?

Juan José Jusid realizó la saga de los vinos Crespi con Hugo Arana y los escarpines, que duraron como 10 años debido a su éxito. Luis Puenzo hizo muchos comerciales, como los de Tía María, muy sensuales, o de Cinzano, con el famoso avión y los vasos que crecían. Eso le permitió hacer “La historia oficial”. Pino Solanas y Octavio Getino también se beneficiaron de la publicidad para financiar su obra militante “La hora de los hornos”. Getino tenía unos anuncios de Peñaflor muy buenos en los 60’s, con los que ganó el Martín Fierro. Fue el primero que se animó a hacer algo más documental, mostrando a los trabajadores del puerto y dándole un estilo neorrealista. Pino Solanas hacía los de Loción Valet, con Chunchuna Villafañe, y los de la crema de afeitar Gillette, en los que la espuma brotaba del televisor. Eran bastante locos y divertidos, y eran muy comentados por la gente, como quizás ahora lo pueden ser los comerciales de Marolio. Otros directores se especializaban en determinado tipo de publicidades. Por ejemplo, Carlos Sorín, que realizaba comerciales de niños, o Juan José Stagnaro que hacía anuncios de autos.

¿Qué es lo más importante de difundir este material?

Nos interesa ponerlo en frente del público nuevamente. Que ese material que en algún momento lo vieron millones, lo vean ahora mil personas, como si fuera un volver a vivir para ese material. Es medio mágico eso. Y es increíble cómo la gente, al verlo proyectado, musite las melodías de los jingles, que quedaron guardadas en la memoria vaya a saber desde cuándo. A mí me gusta preguntar, “¿Cuál es el comercial que más recordás de tu vida?”, y responden: “Este, porque en ese entonces yo estaba con mi mamá, que todavía vivía”. Entonces, ahí te das cuenta que las publicidades trascienden sus simples 30 segundos de duración, y pasan a formar parte de la vida de la gente y de ese mapa que son los recuerdos. En fin, se trata de conservar y darle ese lugar que se ha ganado la publicidad como un retrato de época, a través de un espejo que muchas veces puede ser deformante de la realidad.

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