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Docente de la asignatura Comunicación y Educación (UNM)

El lenguaje dispara: los discursos de odio y la necesidad de nuevas alfabetizaciones

Educación para una ciudadanía digital responsable. Un desafío más presente que nunca
“La escuela debe contemplar la educación para una ciudadanía digital responsable”, señala Misiak. Foto principal: Camila Meconi, de Anccom.

En el día de ayer, un hecho sacudió la democracia argentina: la Vicepresidenta y expresidenta Cristina Fernández fue víctima de un intento de magnicidio que, de la mano de los feminismos, podemos conceptualizar como un intento de femicidio político.  Un hombre se infiltró entre los militantes que hacían guardia en la puerta del domicilio de Cristina, se acercó a ella y, frente a las cámaras de televisión que se encontraban cubriendo la llegada de la exmandataria a su vivienda, le apuntó directamente al rostro con un arma y gatilló. La bala no salió y la vicepresidenta no perdió la vida ni resultó herida, de milagro. 

Inmediatamente, las primeras lecturas sobre lo sucedido –incluyendo el pronunciamiento público del Presidente Alberto Fernández– apuntaron a un fenómeno que, desde el campo de la Comunicación y de la Comunicación/Educación se viene señalando desde hace tiempo: los discursos de odio. 

En Alfabetizar en comunicación, Jesús Martín Babero señala que la Pedagogía de la Liberación de Paulo Freire recupera lo que autores como John Austin y John Searle teorizaron como el carácter perfomativo del lenguaje ¿Qué quiere decir eso? Quiere decir que las palabras no son solo palabras, que el lenguaje no solo da cuenta del mundo sino que interviene en él: las palabras hacen cosas. Así, cuando alguien dice “te juro que es verdad” o “te prometo que lo haré” en el acto mismo de decir “te juro” o “te prometo” está jurando y prometiendo. Sin embargo, esto va más allá de ciertas fórmulas enunciativas aisladas; porque el lenguaje es, en sí mismo, una forma de entender el mundo, de habitarlo y de participar en él. De ahí la gravedad de los discursos de odio, porque no son un simple “intercambio de ideas”, son expresiones que se hacen efectivas en la realidad, que operan en los procesos de socialización y de producción de subjetividades. En los discursos de odio, las palabras gatillan.

En esta línea, respecto de los hombres que violan, Rita Segato argumenta que un violador no es un “desviado”, no es una “excepción a la norma social”, es un “hijo sano del patriarcado”. En el mismo sentido, podemos decir que la persona que gatilló el arma en la cara de Cristina no es un “loco suelto”, porque su acto y la subjetividad  que dio lugar a ese acto se inscriben en una trama de discursividad social que los habilita y propicia.

Volviendo a Barbero, el autor destaca que la alfabetización propuesta por Paulo Freire en el siglo XX como estrategia de liberación de los sectores oprimidos no es casual ni arbitraria. Por el contrario,  la escuela, como dispositivo de la Modernidad, propició un ingreso a la cultura letrada mediante el cual se propició la internalización de una cierta forma de entender el mundo y de habitarlo, con toda una cristalización de desigualdades legitimadas. Es por eso que, para el pedagogo brasileño, es “en otra alfabetización” donde las personas puedan decir “su palabra propia” que es posible un ejercicio de libertad personal y de emancipación social.

Cabe seguir reflexionando sobre estas cuestiones en el marco de los nuevos desafíos que supone la educación en el siglo XXI y los retos de la alfabetización digital. La formación para el ejercicio de la ciudadanía es una de las misiones ineludibles de la escuela. Por eso, en las nuevas coordenadas que  propone el tiempo histórico que nos toca vivir, debe contemplar la educación para una ciudadanía digital responsable, que incorpore  la reflexión sobre los discursos de odio y su propagación no solo a través de los medios de comunicación tradicionales sino también en los entornos virtuales, donde se viralizan fácilmente de la mano de haters, noticias falsas y del anonimato que facilitan las redes sociales.

La incorporación de acuerdos sociales respecto de la forma en que se dirime la cosa pública en general y en los entornos virtuales en especial, tiene que entenderse no como un límite a la libertad de expresión, sino como su condición de posibilidad. Las palabras hacen cosas y la escuela está llamada a asumir el reto de una alfabetización digital que promueva el ejercicio de una ciudadanía responsable para que los discursos sociales operen sobre el mundo y lo transformen, para bien.

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